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Después del desfile

Cortísimo Metraje

Por: Jarol Ferreira

“No quedaba en mí la menor partícula de divinidad: supe elevar mi alma hasta la excesiva altura de esta voluptuosidad inefable”.
Lautréamont

1. A pesar de los vetos impuestos contra las exacerbadas celebraciones carnavaleras, en los asentamientos periféricos de la ciudad y en los pueblos, poco a poco llegan las carnestolendas; ruidos de risas y tambores anuncian su proximidad. No importa si están bombardeando al Putumayo, Nariño, Cauca o al Perijá.
Por la tardecita llegan a la casa de la capitana los primeros bailarines de los que conforman,  junto a la reina, la comparsa del barrio. Aparecen de la cuadra estos innatos maestros de la danza, lo llevan en la sangre.  Pequeños torbellinos que se contornean de un lado a otro entre los  andenes, entre el polvorín y el pavimento; centrifugando cualquier posibilidad existencialista a través del agitar frenético de sus caderas, hombros, cabezas, troncos y extremidades.

2. Las reinas felices en su trono reciclado lanzan flores, dulces y besos a  participantes y observadores del desfile. Alegorías y elementos escogidos para la carroza que representa al barrio evidencian escasos recursos económicos contrarrestados con actitud y entrega al jolgorio. Semovientes y zorros remolcados por tractores sirven de carrozas a la corte. La Maizena, lanzada al aire o contra personas, animales y cosas, disfraza con su cuerpo todo lo que toca; eclipsando pudores ¿Se imaginarían las culturas americanas prehispánicas el uso que sus predecesores le darían al fruto sagrado?. Las máscaras bizarras que el alcohol y la harina de maíz crean sobre las fachadas de los participantes del desfile miran con ojos desorbitados la realidad.

3. Tierra y cemento pueblerino ofrecen su cuerpo gastado a los participantes de la caravana de la reina. Ramas de árboles, sembrados frente a  puertas de casas, son palcos improvisados para arriesgados contempladores de la fiesta. Faltando cada vez menos días para el pleno carnaval las reinas pregonan desde sus carrozas los vallenatos más pegados de la temporada, mientras zigzaguean de oriente a occidente sobre la retícula que compone su barriada. Los picós suenan, alimentados por generadores a base se gasolina, sobre los carruajes de las moto taxis que las acompañan con su estruendo durante el recorrido hacia los puntos de congregación del fundingue.

4. Después del desfile el desparpajo es total. Atraviesa clases sociales, sorprendiendo con sus extravagancias a gente desprevenida en sus preocupaciones habituales.  Carcajadas, gritos, botellas que se estrellan contra el pavimento, motos y carros endemoniados, llantas que rechinan tras  precisas expresiones verbales de furor. Un espacio en donde solo los más perniciosos devotos inconscientes de la exacerbación y el vicio encuentran un escenario dispuesto para ejercer con  libertad suficiente el desarrollo de sus anhelos. Cada vez más cerca de las fiestas de la carne el ambiente se tiñe de caótica anarquía. El espíritu de Heliogábalo se respira en el ambiente.

5. Al día siguiente la oscuridad se extingue y, con el sol, llega la culpa. En las esquinas algunos cuerpos durmiendo los excesos vividos, posterior a la caravana que acompañó a la reina sufren los estragos de la resaca.  Los destrozos dan cuenta de la intensidad del festejo. Las iglesias abren sus puertas, con sus megáfonos a todo volumen pretenden exorcizar lo inevitable. Los fieles esquivan las huellas del pecado a medida que desde sus casas avanzan hacia los templos.

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