América Latina, especialmente Colombia, está realizando ingentes esfuerzos para reducir la pobreza y la desigualdad, pero la concentración de la riqueza es un muro difícil de franquear y una de las trabas que no dejan espacio suficiente para avanzar más rápido. De acuerdo con el censo agropecuario, cerca del 70 por ciento de los centros de producción tienen menos de cinco hectáreas y ocupan solo el cinco por ciento del área censada. Sin embargo, los terrenos con más de 500 hectáreas están en manos del 0,4 de los propietarios que representan el 41 por ciento de los 113 millones de hectáreas revisadas en el censo.
Estas realidades llevan a situaciones que no deberían presentarse en pleno siglo XXI caracterizado por el modernismo, innovaciones, democracia y sobre todo en la búsqueda de la justicia. Es un contrasentido que en un país como Colombia, tan rico y privilegiado por la naturaleza, se presenten preocupantes cifras de desnutrición crónica especialmente en niños menores de cinco años. Podemos autoabastecernos y reducir la desigualdad aumentando la producción agrícola, impulsando y acelerando planes para apoyar a los pequeños agricultores que son los que abastecen la mayor parte de comida que llega a la mesa de los hogares colombianos, sin dejar de apalancar a la agroindustria. Debemos usar más la tierra para el agro y no solo con fines de ganadería.
La desigualdad no es inevitable. Colombia debe propender el impulso de políticas agresivas y contundentes para asegurar que la pobreza en el campo se acabe, para que nuestros campesinos mejoren su nivel de vida, y se combata a fondo la desnutrición. Es necesario separar el poder económico del político con un Estado fuerte que sea un árbitro autorizado e incluyente para conseguir la igualdad.
Lo que sí es inevitable es el envejecimiento paulatino de nuestra población que ha crecido en medio de la guerra infame de 50 años entre colombianos, que no dejaba espacios para pensar. Esta perspectiva plantea una serie de incógnitas que no son de poca monta. Las encuestas muestran que esta situación afecta especialmente a los adultos mayores, dada la baja cobertura de la seguridad social en pensiones, que puede significar un futuro de privaciones a millones de ancianos. Tenemos que pensar no solo en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones.
Respecto al posconflicto, el hecho de que los centros urbanos no perciban la guerra como en el campo no quiere decir que no se deban preparar para un escenario de paz. Las ciudades deben ser pensadas con visión futurista y con mayor información de los entornos rurales y urbanos, uso adecuado del suelo y una institucionalidad fuerte. En este sentido celebramos la iniciativa del actual alcalde de Valledupar que ya comenzó la tarea con visión de futuro, en un escenario de paz.
Por Gustavo Cotes Medina