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Deseos

Esta es la última columna que escribo este año que agoniza. Miro la pantalla del computador y dejo que las palabras fluyan a borbotones por los dedos que digitan el teclado blanco, ansioso y nostálgico por el ocaso de otro tiempo que se va.

Hoy, nuevamente soy un niño, contagiado por la alegría que irradia la sonrisa de mi nieto, que con sus ojos brillantes, extasiados de emoción por la llegada de unos regalos pedidos con el corazón agitado por la inocencia del que cree con vehemencia en aquel Gran Eterno, transformado en Niño Dios, omnipotente y omnisciente que puede convertir los sueños y deseos en realidad.

Reconozco que para esta época, como les he reconocido en las columnas anteriores, la nostalgia me invade y está más presente que en cualquier otro tiempo y, creo, que no soy solo yo; pues son muchos los que a diario me tropiezo y en conversaciones que trascienden el momento, evocan recuerdos que los ata al pasado, que con ironía abrazan el presente y es una cuestión que no debe entristecernos, más bien nos alegra y nos impulsa a elevar nuestra vista al cielo y buscar entre las estrellas, las que también nos miran desde arriba con los ojos eternos de los que ya se han ido.

Hoy, deseo con todo mi corazón abrazar a mi madre, abrazarla con la fuerza eterna del recuerdo, con la ilusión maravillosa de poder descansar mi rostro sobre su pecho o sentir que ella se acurruca en mi regazo; oír su voz y escucharla decir que me ama, que todos los días reza por mí, encomendándome a todos sus santos y a la Virgen que me protejan ante cualquier desventura.

Verla ataviada con sus mejores prendas, engalanada y presta a atender a todos en aquel hogar que musita aún su nombre y que mi padre anhela aunque sea por un instante escuchar su cantaleta.

Hoy, deseo oler el aroma de los pasteles que se calientan en la olla de aquella cocina en donde siempre cocinó con devoción y amor, pendiente de cada detalle, amarrando cintas de colores para identificar sus sabores; resguardando sus pistachos y las almendras de su antojo. Deseo oírla, aunque sea por un instante, si ya no quiero más; que hay más aunque ella quede sin comer. Deseo verte sonreír y entonces cierro mis ojos y te veo, afino mi oído y te escucho, aprieto mis labios y te abrazo; suspiro y te siento.

Deseo, igualmente, que mi padre la sienta como solo él lo sabía hacer, como solo él la extraña en cada día que ha pasado desde el día que se fue; deseo, con todo mi corazón y mis fuerzas lo mejor para mi padre, anhelando salud y bienestar. Deseo que en sus sueños se reencuentre con su amada porque sé que le hace falta y aunque solo en su silencio le murmure que la ama y que la extraña, solo deseo al Niño Dios en estos días que la sienta con el alma en su silencio y en su calma.

Deseo, para ustedes también queridos lectores, con la inocencia y alegría contagiada por la sonrisa de los que me rodean y aman, paz y bienestar, reconciliación y unión, perdón en donde haya lejanía y alegría en la tristeza. Que este nuevo año que se avecina llegue cargado de bendiciones y aunque haya tropiezos y tristezas, que con seguridad las encontraremos, haya fuerzas que nos fortalezcan para avanzar con bondad entre los hombres de buena voluntad.

Deseo que en el silencio de sus mentes solo haya deseos de prosperidad hacia todos los que los rodean; que en sus hogares esté siempre vivo el recuerdo de los ausentes y que las risas alejen las lágrimas de tristeza que se derraman sin control. Deseo para todos ustedes, queridos lectores, con el abrazo inmenso en la distancia y con todo mi cariño, una Feliz Navidad y un próspero año nuevo, con la plena convicción de que todos merecemos junto a nuestras familias lo mejor de lo mejor.  

Por: Jairo Mejía.

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