La información pública disponible permite afirmar que la cuarentena cumplió su propósito: evitar que colapsarla el sistema de salud pública y darle tiempo para prepararse para manejar la crisis.
Dos criterios así lo indican. Por un lado, el porcentaje de ocupación hospitalaria y de unidades de cuidados intensivos. El reporte del viernes mostraba 235 casos covid-19 en UCI. Es decir, a estas alturas de la pandemia, solo estaría ocupando el 7.1 % de las 3.289 UCI habilitadas y el 3.7 % de todas las UCI del país.
Por otro lado, la tasa de mortalidad por cien mil habitantes es también muy buena: 1.72. Muy por debajo de Ecuador 19.5, Perú, 18.8, Brasil 13.3 o México 7,5.
Así que no parece haber riesgo de que, en general, el sistema de salud colapse. Seguirá creciendo el número de contagiados, claro, e inevitablemente habrá más muertos, pero no vamos transitando por el camino de Italia o España. Ahora bien, es verdad que en algunas ciudades hay que tener especial cuidado, en particular en Leticia, Cartagena, Buenaventura y Tumaco, pero esos casos solo demuestran que se requieren respuestas localizadas y no invalidan lo alcanzado.
Sí, había que evitar que el sistema de salud se fuera a pique. Pero desde fines de abril, algunos pocos venimos advirtiendo que también había que evitar que la economía se desplomara y que por esa razón era indispensable levantar un confinamiento que ya había cumplido su objetivo. No se nos oyó. Y el resultado es devastador.
El DANE anunció que la tasa de desempleo en abril había llegado al 19.8%. El desempleo creció 7.2 % en apenas un mes, 9.3 % en lo que va del año. Los porcentajes no reflejan la tragedia humana. Detrás de cada punto hay 240.000 personas, es decir, hoy hay por lo menos 2.232.000 colombianos más desempleados que a fines de 2019.
Detrás de esos millones de nuevos desempleados se esconden tres catástrofes adicionales. Primero, la quiebra de decenas de miles de mypimes. Segundo, el crecimiento de la informalidad, enfermedad estructural de nuestra economía que a fines del año pasado era de 47.3 %. Finalmente, el aumento de la pobreza. En Colombia perder el empleo casi siempre significa descolgarse de la clase media. Multipliquen la cifra de cada uno de los nuevos desempleados por cuatro, él y su núcleo familiar, y tendrán una buena idea de cuántos nuevos pobres tenemos en el país.
Al final, como he advertido, no hay dilema entre vida y economía. La pobreza trae hambre, desnutrición, enfermedad y muerte. Y desórdenes sociales e inseguridad y, por eso, también muerte. Como no hay vacuna a la vista y la cuarentena no reemplaza a la vacuna, no queda sino aprender a vivir con el covid-19. Higiene personal, uso masivo de tapabocas, distanciamiento social y disciplina son las claves de la supervivencia. ¡Y permitirle a la gente trabajar libremente!