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¡Descarado, cínico e insolente!

“Todos los Estados bien gobernados y los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no someter a los linajudos a la desesperación, ni al pueblo al descontento”: Maquiavelo.

Con cierta informalidad comparecen vivamente en el desarrollo social y político de una nación éstos elementos característicos del hábito conductual de un gobernante, grupo o comunidad, bajo unas circunstancias muy particulares acordes con la época o con los mismos sucesos, que les activan, pues su acción se conoce tanto como la antigüedad de la humanidad.

Siempre se ha enfrentado verdad contra mentira, sinceridad versus hipocresía, dominio contra liberación, en un sinfín de paradojas que enseñan la realidad en un pueblo, partido político, lideres o compañeros, subyugados a un poder dominante, legitimado por propia voluntad, aquiescencia o complicidad.

No necesariamente las tres actitudes actúan simultáneamente, cada cual puede manifestarse por su lado, solo que particularmente en éstos tiempos y en éste desgobierno se engrandecieron en un simulacro de unión nacional para dar relevancia a las consecuencias y al ejercicio de la corrupción que deja muchos beneficios en los haberes personales de diligentes y displicentes participantes de modales prototipos de contratación estatal para definir el concepto de la paz en Colombia, entre tantos arquetipos puestos en boga.

Descarado aquel que se presenta nuevamente ante el amigo traicionado o enemigo para obtener prebendas por su servilismo. Cínico aseverar, que se marcha por la vida cuando se está comprando ruta y conciencias. Insolente el que promulga la paz cuando actúa cínica y descaradamente contra la oposición y el mismo Estado.

El impacto sufrido por las bases de la sociedad colombiana ha sido brutal e irritante ante desvergüenza de aquellos individuos, primeramente considerados dentro del convencionalismo aceptable de sociedad en desarrollo y ahora sumisos ante una lisonja enmermelada capaz de obnubilar su reputación, buen juicio y raciocinio.

Emerge una cultura de acostumbramiento y utilización de dobles expresiones confundidas entre la falta de respeto y la insolencia para dar sustento formal a las acciones gubernativas favorecidas por la traición, perfidia, alevosía o la mínima consideración de gratitud y acatamiento de la ley.
Finalmente se promociona el lenguaje de la desfachatez, la inmoralidad o la deshonestidad, nacido y alimentado por ese monstruo degenerado del comunismo internacional, que en su intento de atragantarse a la democracia, esboza resultados habaneros entre mentiras disfrazadas, verdades a medias, maquillaje o simplemente una descarada burla cínica e insolente a nuestro proyecto de soberanía con la anuencia de aborrecibles parásitos burgueses engordados con migas de la emergente oligarquía.

Por Alfonso Suárez Arias
alfonsosuarezarias@gmail.com

Periodista: