En esta hermosa época de villancicos, festividades, regocijo y campanas de paz, solo hay espacio en los pensamientos de los colombianos para los buenos tiempos que se avecinan, las vacaciones, los aguinaldos y las grandes comelonas de fin de año. Es esta también la época en donde se liberan las preocupaciones y se toma aire del sufrimiento y las penas que nos aquejan durante todo el año. Son estos tiempos de tranquilidad, a menos, que se caiga preso de las enfermedades que nunca faltan y nos toque empezar el viacrucis que significa visitar un centro hospitalario en nuestro país.
Largas horas de espera sentados en una silla, multitudes de personas caminando de un lado a otro por los pasillos, el ajetreo, el bullicio, los olores, llantos y el goteo de una solución salina tras otra que francamente se hace eterno, son solo algunas de las molestias que se deben aguantar al estar hospitalizado en un centro de salud colombiano. Definitivamente todo un infierno es lo que espera a quienes por desgracia caerán victimas de alguna enfermedad en esta época en donde debería predominar la paz y la calma.
Como buenos colombianos llegaremos con la predisposición de recibir el primer turno, el primer llamado y la mejor valoración. Reclamaremos justa o injustamente la pronta atención, nos olvidaremos del prójimo, del paciente más grave, del médico atareado y de todas las personas que nos rodean por querer recibir el más pronto turno posible. Gritaremos a viva voz como lo hemos hecho todo el año, que nuestro aporte a la salud paga su sueldo aunque realmente no sea así, que quienes trabajan en estos lugares son personas incompetentes, mal preparadas y que nadie hace su trabajo como debería. Olvidaremos el espíritu navideño, la cordialidad, la amabilidad y el gozo que trae esta temporada. Mereceremos por nuestra actitud, una media navideña llena de carbón.
Si por algún desacierto de la ruleta de la salud caemos presos en esta época del ataque de alguna bacteria o virus y nos tocase asistir a una clínica o a un hospital, deberíamos, por lo menos, una vez al año, ponernos en el lugar de estas personas que durante 365 días han cambiado horas en familia, cumpleaños, viajes, sueños, metas y momentos importantes por las malas caras, los reclamos e insultos de pacientes inconformes con el sistema de salud colombiano y quienes toman como cabras expiatorias al personal de planta de todos los hospitales y clínicas.
Seamos amables con el médico que nos atiente, con la enfermera que nos revisa, con el portero que nos recibe y con la aseadora que nos limpia. Demos gracias todos, porque por el sacrificio y la ayuda de estos profesionales hemos pasado un año más libre de enfermedades, achaques y sin el colapso inevitable del sistema de salud. Demos juntos las gracias por nuestra salud, por el servicio que prestamos y nos han prestado y juntos pidamos de regalo, el aguinaldo que realmente los colombianos nos merecemos: una salud digna.
Por Iván José Castro López
*Médico General – Universidad de Cartagena