Hace unos días en una de mis habituales clases en la Universidad Popular del Cesar (UPC) en Valledupar, reconvenía a unos de mis estudiantes porque propusieron a sus compañeros fotocopiar un libro sin autorización del autor.
Les dije que, como en muchos países, también en Colombia el plagio es un delito, según Ley 1032 del 2006.
Inclusive, quien comete un plagio podrá tener hasta 8 años de prisión. Incluso, si es sorprendido fotocopiando un libro, un documento o una obra.
Varios de los estudiantes se rieron –maliciosamente- y soltaron la pregunta en una clara alusión de lo que sucede en las universidades de Colombia, en donde fotocopiar un libro ajeno es algo normal y lo califican como algo “lícito”. ¿Entonces, es un delito o no?, porque en todas las universidades de Valledupar y del país se les saca fotocopia a los libros, es un material de apoyo sustancial, aseguró uno de los muchachos.
Un libro puede costar $150 mil pesos, pero fotocopiándolo costaría entre $20 y $30 mil. Los estudiantes tienen razón, pero es ilegal.
Es decir, pareciera que es una justa causa para estudiantes porque no tienen cómo comprar el libro, pero, para el autor y el sector editorial es gravísimo y para el medio ambiente también es catastrófico por la reproducción del material de estudio que son millones de hojas diarias que al final, van a contaminar.
Al que le va peor es al autor, porque el porcentaje de dinero que le llega es ínfimo, no se compadece con su trabajo intelectual.
Los estudiantes sostienen que muchas universidades públicas como la UPC adolecen de completos sistemas tecnológicos para acceder a internet y a bibliotecas virtuales para el estudiantado y docentes, pero los directivos se conforman con esa situación que resulta perjudicial para preparar a los educandos.
Inclusive, las bibliotecas convencionales resultan inoperantes porque no están actualizadas con libros de consultas, técnicos y de literatura y la biblioteca digital es un sueño fantasioso y demagógico de rectores prometedores que nunca han escrito un artículo científico o un libro.
Pero este no es el caso del cual me ocupo hoy, excúsenme. El problema tiene que ver con el plagio como delito y del cual a nadie condenan ni reconvienen.
Este delito del plagio es frentero y se comete a diario como los delitos de unos congresistas de Colombia, quienes casi nunca pagan por sus torpezas ni fechorías, por sus hazañas de héroes borrachos y por su vocabulario injurioso.
Muchos de ellos, como el iracundo senador Alex Flores, miembro del Pacto Histórico, irrumpe borracho a insultar a unos policías porque no lo dejaron entrar al hotel con una mujer que había contratado momentos antes en la esquina, como lo afirma ella misma.
Claro, después de haber insultado a medio país, sale ahora como ‘la Magdalena’ a pedir perdón y a jurar que más nunca lo volverá hacer. Debiera renunciar a su curul.
Así han hecho los paramilitares, los guerrilleros, los narcotraficantes, los sicarios y últimamente los corruptos, falta ahora que los plagiadores se monten en esa carroza de la ignominia, a pedir perdón.
Pareciera que está de moda pedir perdón, como dice la canción. Pero es lamentable que el Estado no intervenga para frenar la línea de conducta criminal contra quienes infringen la ley.Los discursos filosóficos solo proponen corregir, pero hace falta –también- la mano tendida para frenar en raya a quienes sacuden con sus mentiras y juicios sucios, porque unos como otros son oprobiosos, que deben estar tras las rejas, como debe ser. Hasta la próxima semana. tiochiro@hotmail.com @tiochiro.