A propósito de la Copa América, cabe recordar que el fútbol como todo deporte es para promocionar valores humanos que nos hagan mejores personas, por lo que claramente las palabras, gestos y acciones del arquero Martínez, de la selección Argentina, son muestra de irrespeto contra el rival. Es una conducta antideportiva, el afán de ganar no puede estar por encima de la dignidad del otro. En el fondo, evidencia un Yo (ego) embriagado por el orgullo, que busca anular al Tú del otro, pero esto al final produce tristeza y repudio.
Frente a dicho comportamiento desacertado se debe mantener la calma, responder con cabeza fría para no caer en la provocación: eso es lo que se llama inteligencia emocional, dicho en otras palabras, sabiduría para manejar nuestros instintos y emociones. Papel que ayudan a desempeñar óptimamente los psicólogos del grupo y demás líderes del mismo. Tanto en el juego como en la vida, nos encontramos con situaciones así, escenarios que nos ponen a prueba en los que podemos perder o conservar el manejo de la situación. Mejor dicho, siempre necesitamos sabiduría emocional y resiliencia para ser asertivos en nuestras decisiones: no responder con fuego al fuego ni dejarse incinerar por el mismo. Encontrar la respuesta justa en el momento adecuado y de la manera correcta, es lo que en la vida hace la diferencia.
No obstante, afloran interrogantes, ¿acaso no deberían las autoridades arbitrales intervenir para evitar o sancionar estos gestos detestables como lo hacen en Europa? ¿También en la vida cotidiana como el juego necesitamos de hombres sabios que garanticen la justicia para preservar el bien común? Aunque estos hombres no hagan justicia, un consuelo queda en boca de Jesús para todos aquellos que son denigrados o humillados por los demás: “El que se humille será enaltecido y el que se enaltezca será humillado” (Mateo 23, 12). Ya sabemos anticipadamente cómo terminan esas historias de “Egos” (Cf. David y Goliat) que intentan aplastar a los demás con sus actitudes y formas de vivir.
Jamás será bueno alegrarse de las derrotas ajenas, pero sí deseamos por su bien que aprendan mucha humildad cuando les sucedan. Por ello, si el deporte no humaniza, banaliza, es decir, lo que no ayuda al ser humano, lo destruye.
Por otro lado, quiero agradecer y manifestar todo mi apoyo a nuestra selección Colombia, por su gallarda presentación en el torneo continental, quedan cosas por mejorar, pero vamos bien. Además es preciso reconocer al fútbol entre las pocas cosas que nos unen como país. Es hora de abandonar las actitudes egoístas que atentan contra los demás, maravilloso sería convivir aceptando nuestras diferencias políticas, religiosas, culturales y de cualquier tipo.
Esto no puede ser un capricho, sino una necesidad imperativa para la paz y reconciliación del país: la misma pasión que le ponemos a la selección, se necesita y mucho más para armar un buen equipo democrático, capaz de cambiar los destinos del país hacia rumbos positivos, a través de un voto crítico y honesto que sabe elegir a los mejores gobernantes, no a quienes promuevan la violencia o polarización. Ese triunfo sería más significativo e importante que ganar la Copa América o Mundial de la FIFA, la cual aspiramos obtener un día.
¡Fuerza mi Colombia!, todavía hay mucho por recorrer en las diferentes dimensiones de la vida social, cultural, económica, política, religiosa… para construir juntos la Civilización del Amor, la que el mejor coach o director en el pardito de la vida, el Maestro Jesús, enseñó a edificar: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros” (Juan 13,34).
Por: Juan Carlos Mendoza