“En política triunfa solo el que es brutal e intolerante; la masa tiene horror a los débiles y tibios; la masa se someterá a los fuertes, al hombre entero, fanático, que infunde miedo y terror”. A Hitler.
En 2008, en el último año de su segundo mandato, el presidente Uribe comenzó a esbozar su teoría acerca del “Estado de Opinión” apoyándose en su alto índice de popularidad que no bajaba del 70%; el día de la operación Jaque subió al 86%. Los golpes propinados a las Farc, más los falsos positivos que también parecían victorias militares, a la tal opinión le generaba un sentimiento de fortaleza y ungía a Uribe. Los pueblos, a veces, se vuelven crueles y ver correr sangre les emociona; las encuestas le daban ánimo para seguir mandando. Vender su teoría ante la Corte Constitucional era un referendo que avalaría su tercer periodo. Para el uribismo, este concepto consistía en una fase superior del Estado de Derecho con la que la opinión en forma vertical sometería a los tres poderes y su equilibrio quedaría hecho añicos.
Por fortuna, esta idea antijurídica no se concretó, el pesado fardo de la primera reelección obtenida con notarías y voticos cuidados de congresistas, presos después, le abrió los ojos a la Corte. Este mismo criterio fue el que le permitió a Chávez hacer una nueva constitución aprovechando la volátil emotividad de la gente, sin suficiente formación académica y política; esto mismo fue lo que nos llevó a la segunda guerra mundial. Mientras Hitler hablaba de la “comunidad de sangre”, la raza aria, Uribe nos entretenía con la llamada seguridad democrática y los falsos positivos. Es curioso, pero las mayorías no siempre tienen la razón y ese es un riesgo de la democracia; a veces vale más la ponderación de unos cuantos. Esta presunción influyó para que aquí hubiera el mayor número de desplazados internos del mundo, la tercera Nación con el mayor riesgo para los ecologistas, uno de las más peligrosas para los defensores de derechos humanos y reclamadores de tierras; lo que muchos defienden es el feudalismo colonial.
Ya sabemos lo que pasó en Venezuela y en Alemania, ya conocemos los sufrimientos de la humanidad. A esos métodos, ellos los llaman, hoy, mermelada, pero como dicen, ningún cura se acuerda cuando fue sacristán. Sin embargo, esta idea de dominio, basado en las encuestas, subyace en la encrucijada del expresidente. Por eso, hoy habla de otro exabrupto, la resistencia civil que en plata blanca es la desobediencia a la institucionalidad, una especie de asonada, figura odiada por el uribismo cuando está en el poder. Lo malo de la tal resistencia es que está polarizando al país, proclive a los odios, nos acostumbramos a la cultura de la guerra; el comportamiento de la bancada del CD en el Senado ante la refrendación del plebiscito dio la sensación de una pelea callejera, un Bronx democratero; mejor comportamiento tienen los campesinos, analfabetos muchos de ellos, cuando taponan las vías.