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Del ‘run run’ al bochinche cibernético: la historia del ‘chisme vallenato’

Los vallenatos se reúnen en las terrazas de sus casas para comentar y verificar los chimes que les llegan.

En una soleada mañana de domingo, los residentes de la zona céntrica de Valledupar salieron del interior de sus casas a cumplir con la tradicional tarea de barrer sus terrazas, debido a que cada mañana sin falta recogen las hojas de los árboles que afean el frente de sus hogares. Además de esta rutina de limpieza, entre los vecinos se saludan para preguntarse cómo pasaron la noche y comentar alguno que otro chisme que haya circulado en las horas nocturnas.

El ambiente matutino es fresco y solo se escuchan los susurros de los acontecimientos del día anterior. Entre los vallenatos hay un intercambio de información y verificación de los rumores sobre habitantes de la zona residencial, la ciudad o algún dato de la vida privada de ciertos políticos.

“En el Valle todos nos conocemos, las familias fundadoras son las mismas. Puede que la ciudad haya crecido, pero la sociedad vallenata es la misma”, comentó Lucinda Romero, ama de casa que de manera exhaustiva, con una esponja y detergente en la mano, trataba de limpiar una mancha de pintura azul de la baldosa roja de su terraza. Poniéndose de pie argumentó que todas las mañanas limpia el frente de su vivienda y conversa con sus dos vecinas sobre los rumores que circulan en Valledupar, una costumbre de décadas.

Gertrudis Bru, abuela de cuatro niños, aseveró que los chismes “se sirven de 7:00 a.m. a 9:00 a.m. porque a las 10:00 a.m., se tiene que limpiar la casa para luego a las 11:00 montar el almuerzo”. Según esta vallenata de 78 años, anteriormente entre comadres no era tan mal visto comentar los rumores sobre hijas, nietos, amigos y hasta maridos porque era una manera de enterarse si estaban en malos pasos o no tenían una buena imagen ante la sociedad.

Bru sostuvo que en Valledupar para la década de los 50, 60 y 70 había casi una inmediatez para que los chismes se regaran en la ciudad. En esos años no había redes sociales ni WhatsApp, pero sí ventanas de madera de gran tamaño como la conocida ‘ventana marroncita’, a la que hacía alusión el cantautor vallenato Diomedes Díaz, la cual no solo sirvió para enamorar: también era el punto de encuentro de las señoras para conversar y contarse “esas piquiñas en la lengua” que no las dejaban dormir.

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CAFÉ LA BOLSA 

Los antioqueños Francisco Luis Botero Castro y su esposa Maximina Cardona se trasladaron a Valledupar en el año 1955 para luego abrir en 1956 un local en la calle 16 con carrera séptima, en la zona conocida como la ‘Calle del Cesar’. En ese establecimiento vendían tinto, aguardiente, cervezas y gaseosas.

Un negocio catalogado como extraño para la población vallenata porque en ese entonces el tinto era prácticamente regalado, según Julio Gutiérrez, docente de Ciencias Sociales. Este experto en dominó y ajedrez aseveró que eran muy pocos los clientes que iban al local, hasta que un día Botero dispuso juegos de dominó, parqués y ajedrez. Dichos juegos llamaron la atención de los caballeros de la época y comenzaron a frecuentar el lugar.

Con emoción en su voz, mientras regaba sus plantas, relató que agricultores y ganaderos se reunían en ese establecimiento para hacer acuerdos. Dichos concilios le dieron popularidad al negocio en la sociedad vallenata. Luego fue llamado Café La Bolsa; un punto de encuentro de políticos, compositores y poetas de Valledupar.

En ese sentido, Julio Gutiérrez comentó con nostalgia que su abuelo solía irse todas las tardes al Café La Bolsa para enterarse de los sucesos que acontecían en Valledupar porque ese local era ‘la radio vallenata y la prensa escrita’ de la capital del Cesar. Todos los actores se reunían allí para comentar las políticas, inversiones y chismes de la ciudad.

“Quien estuviera en la boca del Café de La Bolsa tenía su sentencia. Todo se comentaba en ese local. Cuando mi abuelo llegaba a la casa le contaba a mi abuela los chismes de los vecinos y todo lo sostenía en que lo había oído en ese local. Era una fuente fiable de información, y todos los bochinches y rumores de las personas de Valledupar terminaban allí”, explicó Gutiérrez.

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DE CENTROS DE CONVERSACIÓN A APLICACIONES

Las conversaciones mañaneras que esconden los chismes y rumores de Valledupar terminan pasadas las diez de la mañana, y le dan paso a los jóvenes que en su mayoría lo primero que hacen al levantarse es encender sus teléfonos para revisar sus WhatsApp y redes sociales. Gabriela Hurtado, una estudiante de la Universidad Popular del Cesar, UPC, sentada en una silla en la terraza de su casa con su teléfono, revisa alegremente sus redes sociales entre risas y comentarios para sí misma.

Según esta estudiante, en un grupo de WhatsApp junto con seis amigas se enteran de todos los chismes de la facultad a la que asisten. Acotó que entre ellas comparten videos, audios y hasta fotografías de los involucrados en los bochinches. En el Valledupar de antaño el chisme era transmitido por medio de la oralidad y era creído dependiendo de la persona que lo divulgaba. Actualmente esa práctica quedó de lado y se le abrió paso a los pasquines con material audiovisual.

“Los chismes se divulgan en cuestión de segundos porque se mandan por cadenas de difusión, se comparten en grupos de Facebook, Twitter y en otras aplicaciones. Muchos no son verdad a pesar de que lleven fotos, porque ahora el Photoshop puede modificar el rostro de una persona para involucrarla en algún problema”, manifestó Hurtado.

Esta misma postura la compartió Brayan Velázquez, quien mientras paseaba su perro comentó que el “bochinche cibernético es muy peligroso porque ha ocasionado la muerte de personas”. Este joven comentó que tiene conocidos que se vieron en la obligación de dejar la ciudad porque se filtraron rumores amorosos que incluían fotografías intimas, y ante esas presuntas pruebas la comunidad de la web los atacó con bullying cibernético. “De una lengua viperina se pasó a unas teclas que no perdonan”, subrayó.

Por: Namieh Baute Barrios / EL PILÓN

@namiibb

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