A Valledupar le cambian de título a cada rato, generalmente de buena fe. Siempre fuimos Ciudad de los Santos Reyes, luego Capital Mundial del vallenato, los políticos según circunstancias y conveniencias, cada uno busca su momento. Llegamos a Sorpresa Caribe, luego Ciudad verde de Colombia, pasamos a Ciudad Educadora y en el gobierno ‘tutufruti’ anterior fuimos al mismo tiempo ‘Ciudad Resiliente y Ciudad Naranja’; ambos títulos simbólicos, por supuesto. ¡Y oramos como nunca!
No sé si la influencia del presbítero Manuel María Quintín de los Dolores Martínez Rodríguez, sacerdote histórico en Valledupar que tuvo 9 hijos, como cuenta el libro “Los Hijos de los Curas” de Alfredo Mestre Orozco, es posible que siguiendo algunos hilos genéticos misionales, la ciudad alcance más títulos (van siete) no es raro que en este gobierno completen los nueve, mejor dicho un novenario. Un rosario de perlas.
El martes Valledupar amaneció como “Ciudad bosque”, es una suma de todas las anteriores, mientras todo eso ocurre, el Palo de mango -el más famoso de la ciudad- sufre y marmóreamente muere.
Cualquier cosa buena, noble y útil que hagan por la ciudad, es positivo; el problema es la alharaca con que anuncian las cosas y pocas semanas después todo el mundo se olvida del tema; el que viene pensando en otra cosa, cambiar nombres de casas de la mujer, con el nombre de la suegra, por ejemplo, o poner a una biblioteca el nombre de la esposa, sin haber indicios de haber escrito, o ser regular lectora siquiera; pero estamos en el Valle y aquí el folclor mezcla cada rato política y parranda.
Somos herederos del padre Valentín, el presbítero Quintín, que aplicó unas leyes naturales corporales sin dejar la espiritualidad; es decir, hizo de la regla del derecho, “Darle poder al poder para que pueda” una misión. Y bien cumplida, tanto que aún sigue el dicho, “coger las de San Quintín”, cuando las cosas no son tan sanctas…
Descubrir “El Padre Valentín” y “Los Hijos de los Curas”, sobre las genealogías vallenatas debería ser una clase de historia local, ahora con el regreso de esta materia a los colegios, para al menos saber de dónde venimos muchos de nosotros, incluso, de sacerdotes con buena fe. Y Claro, muchas ganas. Ya sabemos según antropólogos y demás científicos, todos venimos de la sabana africana; pero según el compositor Tobías Enrique Pumarejo, los mejores días se pasaron en las sabanas del Diluvio, mientras Pepe Castro, afirmaba que en las sabanas de Camperucho nacían los mejores amaneceres del Valle.
Mientras octubre sigue con sus lluvias, los científicos continúan en la discusión sobre cuánto dura el virus vivo en la piel humana, y cuando llegará la vacuna, mientras el dolor por los seres queridos fallecidos, que por las mismas circunstancias perdieron el derecho al novenario, nos toca recurrir a la historia. Mientras en la política el tema de quien asesinó a Gómez Hurtado, 25 años después y cuando sale libre (secuestrado dicen otros) el expresidente, las noticias diarias se ocupan de eso, toca recrearnos en la literatura, por el mundo de toros como describe el inolvidable Hemingway en “Muerte en la tarde”, el mismo de “El viejo y el mar”, para saber del caprino de cada torero y la lucha del anciano pescador. ¿El padre Valentín, sabia de toros y era pescador? Sería necesario que Alfredo Mestre Orozco nos ayudara al respecto…
Estamos pues en la “Ciudad bosque”, esperamos una buena sombra nos cobije, ojalá aparezca un buen torero, o el humilde pescador bíblico, para que la vieja ciudad no sea un Valle de lágrimas en cada esquina.