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¡Déjenlos!

Por Luis Augusto González Pimienta

Sigue agitado el tema del matrimonio entre personas del mismo sexo, que algunos dan en llamar matrimonio igualitario y otros matrimonio homosexual.

El calificativo igualitario es equívoco, tanto puede referirse a la igualdad de derechos de las diversas uniones como a la igualdad de sexos de los contrayentes. Para no enfrascarnos en debates sin fin, aceptemos la doble connotación.

La discusión que es política y jurídica ha sido desbordada por razones religiosas. La iglesia Católica ha hecho una férrea defensa del matrimonio heterosexual apoyada por algunos laicos investidos de autoridad que intimidan con su poder sancionatorio. 

En apretada síntesis, los opositores aducen la imposibilidad reproductiva de las parejas del mismo sexo, al paso que los defensores alegan discriminación. Si el único fin del matrimonio fuera la reproducción, tendrían razón los opositores. Pero no lo es, porque además está concebido para cohabitar y ayudarse mutuamente. ¿Acaso está prohibido el matrimonio entre heterosexuales estériles? 

Limitar a los homosexuales a las uniones maritales de hecho o a la celebración de un contrato innominado, atípico, es discriminatorio, porque según afirman ellos les cercena algunos derechos consagrados en los regímenes tributarios, herenciales y de seguridad social que surgen del vínculo matrimonial.

¿En qué nos afecta a los heterosexuales que se casen los homosexuales? Convivimos con ellos sabiéndolos parejas sin que se vean afectadas las relaciones sociales y de negocios, como lo hacemos también con parejas heterosexuales que viven en unión libre. La amistad no pide registro de matrimonio; los negocios tampoco.

El matrimonio es una institución muy seria que con el pasar del tiempo ha perdido entidad. Muchas personas se casan y se descasan. Algunos lo han tomado folclóricamente  al punto de tardar más en los preparativos de la boda que en la duración del enlace o son repitentes impúdicos.

Ha sido mil veces dicho que el matrimonio es como una puerta de vaivén: los que están adentro quieren salir y los que están afuera quieren entrar. Aquellos por el desgaste de los años que cambia el color de los afectos y estos por la ilusión de una felicidad afincada en el nudo legal o sacramental.

El matrimonio, de suyo, no es bueno ni es malo. Como las fiestas, depende de cómo nos vaya. No es garantía de nada, aunque disminuye significativamente la promiscuidad. Si las parejas homosexuales quieren casarse, que lo hagan. Es una decisión autónoma que privilegia el libre desarrollo de la personalidad y no un problema de ética pública.

 

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