En tiempos de paz, nada mejor que estudiar obras clásicas de filosofía política acerca de la paz.
Hay una que necesita ser difundida para su comprensión: El Defensor de la Paz de Marsilio de Padua, obra que fue terminada de escribir en la Festividad del Bautista (24 de junio de 1324) y es considerada una teoría del laicismo de fuerte impacto en la vida moderna de la cultura occidental.
Es necesario precisar que laicismo no es ateísmo sino explicación razonable de algo del mundo de los hombres.
El Defensor de la Paz cobra significativa importancia hoy porque suele olvidarse que el mundo moderno nace como resultado de las guerras religiosas. La libertad religiosa entraña la elección autónoma, sin la presión de las autoridades estatales o privadas, por eso es cuna y templo de todas las libertades, por esto, el Estado moderno es y tiene que ser neutro en materia de creencias.
Todas las prácticas religiosas o no religiosas merecen su protección como libertades civiles que son y pertenecientes al ámbito de lo privado. Este es el primer gran mérito de la obra de Marsilio de Padua, la de situar el mundo religioso por fuera del espacio público, por tanto, la vida política de una nación no puede estar conducida por ideas religiosas y la deliberación política tiene que estar fundada en la razón.
El espacio público y su deliberación es materia de argumentación desde lo racional, no desde la fe y creencias religiosas. Lo advierte Marsilio de Padua. El espacio del gobierno de los asuntos humanos tiene que ser enfocado desde lo humano, no desde lo divino. ¡A Dios, lo que es de Dios, y al César, lo que es del César!, por consiguiente, es inadmisible que los asuntos de la vida política se traten desde lo divino que le pertenece a Dios y no a los gobernantes.
Nadie puede ser discriminado por creencias religiosas o porque su conducta no esté ceñida, en forma estricta, a una interpretación de una o varias líneas religiosas.
Marsilio de Padua, religioso católico y rector de la Universidad de la Sorbona, criticaba la fundamentación religiosa de los asuntos políticos y, por esa vía, contribuyó a la elaboración de las fuentes del laicismo y le dio un fuerte impulso al proceso de secularización de la política que en su época chocó con el Papado. La historia le dio la razón.
En tiempos de paz, hay que escuchar a Marsilio de Padua. En estos días de meditación, invito a la lectura de su obra y a las obras de Bernardo Bayona Aznar, de la amada tierra de Aragón, que ha escrito sobre Marsilio de Padua.
Una obra del Renacimiento italiano que tiene tremenda actualidad en nuestra querida república cruzada por la larga tragedia de la guerra que no cesa y que no cesará si no somos capaces de construir una cultura de tolerancia y de respeto a la dignidad humana. Soy católico, pero no niego que toda religión tiene un dogma que es innegociable, pero este es un dogma para la vida espiritual de cada uno, no para ser deliberado en el espacio público porque en el espacio público los asuntos no nos dogmáticos.
Que la actitud fanática se alimente de dogmas y prejuicios de una religión, no predetermina que la religión tenga que conducir necesariamente al fanatismo. Lo dice Victoria Camps en su reciente obra Elogio de la duda. Y, uno se conduce desde el fanatismo si introduce dogmas religiosos a la deliberación política y pretende imponerlos a la sociedad civil. Esta reflexión la realizo ante el debate del referendo sobre la adopción de menores que se tramita en el Parlamento. Lo público se debate desde lo razonable.