No. 122
Por: Rodrigo López Barros
Sea lo primero en este escrito hacer algo de exaltación poética, hasta donde me sea dable, sin embargo con realismo, de nuestra comarca encantada y embrujadora, que tiene como capital natural la ciudad de Valledupar, cuyo potencial económico, cultural y espiritual, es valorado por la idiosincrasia bondadosa de sus gentes y la rica influencia material del Valle del Rio Cesar, desde el territorio de la baja Guajira hasta los confines del Ariguaní, en el límite occidental, que de tiempo atrás había sido vislumbrado por muchos y que ahora está siendo explorado más detalladamente y así mismo explotado con modernas técnicas, mediante constantes y renovados impulsos.
Esta ciudad y este departamento merecen unos gobernantes –como los actuales—y una planta de personal administrativo muy competentes, tanto desde el punto de vista de la capacitación profesional y técnica, como desde el de la ética pública, para que las semilla de la siembra fecundice apropiadamente y la recolección de los frutos abunde en beneficio del bien común; la respuesta las darán al final de sus mandatos, los gobernantes, sabiéndose que en ellos las respectivas comunidades tienen puestas sus mejores esperanzas, después del guayabo y las vicisitudes que nos depararon las pasadas administraciones.
También esperamos que las autoridades de policía y militares, estén prontas a secundar las previsiones y ejecutorias de tales funcionarios, a fin de que las políticas de convivencia ciudadana y las obras que emprendan no se vean frustradas por el crecimiento y desbordamiento,ya muy notorios de la criminalidad, que tanto debilitan los esfuerzos de la iniciativa pública y privada, en procura del desarrollo integral regional y la creación de más puestos de trabajo.
Esta segunda parte de mi columna de opinión es de protesta e indignación generalizada porque una fiscal de la República, cuya decisión respetamos pero no compartimos, ha maltratado y desconocido el buen nombre de uno de los más correctos hijos de la ciudad de Valledupar y de la región descrita supra, Rodolfo Campo Soto, dos veces prominente Alcalde de Valledupar con lujo de competencia funcional, al haber querido estigmatizarlo como hombre peligroso para la sociedad, cuando él justamente no ha sido durante toda su vida sino un bienhechor y paradigma de ella, tanto en su vida pública como en la privada.
Por lo que nadie le ha creído a la fiscal, y si no fuera por lo desagradable del calificativo empleado y por “la majestad”, todos nos destornillaríamos de la risa. Debiendo agregar, por otra parte, que la ofensa inferida a él, los habitantes de acá la encajamos también,asímismos, en su acompañamiento.
Por eso, esta ciudad de Valledupar se pronunció clamorosamente la otra tarde, mediante una marcha de respaldo y solidaridad para con él, conformada no solo por nativos, sino también por tantos hijos adoptivos suyos que han venido a poblarla. No tenemos por qué no criticar las decisiones judiciales penales que, como en el caso que nos ocupa, es de pública y notoria contraevidencia.
Ciertamente, Colombia está asistiendo a un estado de cosas en que se ha politizado o ideologizado la justicia y se está judializando a los políticos, no siempre con razón. Pienso que por este camino se está abriendo pasouna nueva manifestación de violencia en el país: la del aparato judicial penal en persecución de los rectos servidores del Estado, marcadamente a los del gobierno nacional anterior. De allí que lo verdaderamente peligroso es caer bajo su espectro. Con una consecuencia nefasta para el país:el descredito de la justicia penal, por su aplicación irregular y apasionada.
rodrigolopezbarros@hotmail.com