La lógica del capitalismo se basa en el crecimiento de los mercados y la acumulación de riqueza; supone que estas variables se rigen por una ecuación lineal ilimitada e infinita en un mundo finito lo que implicaría, algún día, un colapso total. Ni siquiera la tierra hace sus procesos con esta categoría conceptual.
Se ha establecido que, en el último millón de años cada 100 mil años el planeta registra una helada que lo envuelve durante miles de años, como si entrara en un periodo de hibernación, ralentí en lenguaje automovilístico; en esta etapa de reposo muchas especies perecerán; la tierra para garantizar la continuidad de la vida detiene sus procesos, pero luego comienza un nuevo ciclo vital. Decrecer no es malo de suyo; ¿cuántas veces tenemos que bajar la velocidad del vehículo para preservar nuestras vidas? ¿Cuántas veces hacen retiradas los ejércitos para no ser derrotados y asestar un golpe al enemigo? Sin tener en cuenta los procesos naturales, los gurúes de la economía creen que se puede crecer sin límites, pero a ese ritmo los recursos naturales no alcanzarían para la población que también crecerá; es aquí cuando colapsa esta teoría cuyo momento sus impulsores, quizás, no verán para contarlo. A este ritmo todos los procesos se saturarán; para seguir viviendo, EE. UU necesitaría 5 planetas, Francia y Japón 3, China y Brasil 2. El apocalipsis.
Hoy derrochamos como si tuviéramos 1.7 planetas, en promedio. Se estima que hoy el 20% de la población acapara el 85% de los recursos y el resto está en un éxodo mundial. ¿De qué ha de vivir esa población? Ya se ven las hambrunas en muchos países del mundo, y por bueno que parezca el crecimiento ilimitado no está probado que esta teoría haya disminuido la brecha entre pobreza y riqueza. El mayor impacto de este crecimiento ilimitado ocurre sobre el cambio climático; fue el sueco Svante Arrhenius, primer Nobel de química, quien en la década de 1895 predijo, mediante un modelo eco-matemático, que el efecto de la actividad industrial humana sería la principal fuente de entrada de CO2 a la atmósfera. Con base en esto, en 1970 Serge Latouche planteó el concepto de decrecimiento económico que algunos prefieren llamar bioeconomía.
Esta nueva teoría busca la compatibilidad y sostenibilidad de la naturaleza con la economía o entre los humanos y la naturaleza. Así se podría vivir mejor y más con menos recursos y más sabroso. Infortunadamente, esta teoría ha sido olvidada deliberadamente y solo los ambientalistas la están refrescando e impulsando.
Recientemente, la ministra de minas y energías mencionó este concepto, pero gremios y periodistas se escandalizaron por considerarlo un adefesio conceptual, un sacrilegio económico para el patrón convencional de crecimiento como lo es el sacralizado PIB que aumenta la riqueza de unos, pero no de todos; esto obligó al presidente Petro a criticar la ausencia de enseñanza de estos temas en las carreras de comunicación social.
Además, acorde con la nueva concepción minero-energética, más que de esta disciplina, este ministro debe saber más de medio ambiente, núcleo futuro de la humanidad. Por fortuna, no por ignorar las cosas estas dejen de ser reales. Decrecer es, p.ej., cambiar los sistemas de movilidad como el uso de energía fósil por otras formas renovables; es darles mayor vida útil a los artículos para disminuir el consumo de materias primas limitadas; es producir menos CO2 , es eliminar procesos letales, es reducir el consumismo inocuo; en algún lugar de California existe una bombilla que está encendida desde 1901; las de hoy tienen mil o menos horas de vida útil. Algunas ensambladoras de vehículos tienen paralizados sus procesos porque se escaseó el material de los chips. Hoy el negocio es vender repuestos y su fabricación se hace a ritmo infernal para la sociedad de consumo, pero todo crecimiento tiene un punto marginal denominado “rendimientos decrecientes”. A partir de este punto, cada unidad de recurso produce menos.