De todo, es la respuesta; porque un dictador no tiene límites, ni frente a su pueblo ni frente al mundo. Hoy en Rusia está prohibido protestar contra la guerra en Ucrania, y el que lo intente es capturado, como mostraban los noticieros.
Una imagen en The New York Times retrata la enorme distancia entre Rusia y Occidente. El 7 de febrero, cuando Macron fue a Moscú a hacerle show diplomático a Putin, aparecen sentados en las cabeceras de una gran mesa, con un “distanciamiento” que el Covid-19 no explica, pero sí el pie de foto: “…mientras Moscú continúa reforzando sus fuerzas y realiza amplios juegos de guerra, el presidente Vladimir Putin mantiene la ventana abierta para más negociaciones en un juego calculado… de persuadir a Washington y sus aliados para que acepten las demandas de Rusia”.
¿Cuáles son esas demandas? La Unión Soviética se disolvió en 1991, pero Ucrania es una despensa de alimentos y minerales estratégicos, y por su territorio pasa el 85% del gas que Rusia le vende a Europa. Por ello Putin recela de la “occidentalización” del país y considera una amenaza su adhesión a la OTAN.
¿De qué son capaces Estados Unidos? De muy poco al parecer. Mientras Biden emplazaba a Putin sin mayor firmeza -“Rusia tiene que elegir entre la guerra y todo el sufrimiento que traerá consigo, o la diplomacia…”- Putin ya había elegido y Estados Unidos lo sabía desde 2021, cuando fue evidente que los movimientos militares no eran ejercicios de rutina.
Los días anteriores a la “acción militar especial”, Biden afirmó no tener dudas sobre la invasión. ¿Y cuál es su respuesta y la de sus aliados? Sanciones. Sí, como las impuestas a Cuba desde 1962, y a Venezuela y Nicaragua sin que nada pase.
No en vano la reacción de Selenski: “Nos han dejado solos… ¿Quién está dispuesto a combatir con nosotros? No veo a nadie. ¿Quién está listo a dar a Ucrania la garantía de una adhesión a la OTAN? Todo el mundo tiene miedo”.
De qué es capaz la ONU: la actitud suplicante de Guterres lo dice todo: “En nombre de la humanidad, devuelva sus tropas a Rusia”, como si eso hiciera mella en el dictador.
Y a nosotros, ¿Cómo nos afecta? Mucho, en lo económico doy apenas un ejemplo, el 42% de los fertilizantes usados en Colombia, ya costoso, vienen de Rusia y Ucrania y se encarecerán aún más.
Pero son más peligrosas las repercusiones geopolíticas. Mientras Rusia invadía, el viceprimer ministro Borisov firmaba acuerdos en Caracas y Maduro gritaba ¡Viva Rusia!, anunciando una “poderosa colaboración militar” y su respaldo “para disipar las amenazas de la OTAN y del mundo occidental”. Sobra decir que Borisov fue también a La Habana y a Managua a hacer lo propio.
¿Por qué? ¿Acaso hemos leído un trino de Petro rechazando la invasión? Rusia apoya y espera su victoria para incluir a Bogotá en la próxima gira de Borisov. Así de sencillo.
Por José Félix Lafaurie Rivera