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De Paganini al Sugar daddy

Cada día trae su afán, decían nuestros mayores. Hoy el afán no es de los hombres, sino de las féminas, el verdadero apuro de quienes queremos seguir siendo hombres, me refiero a aquellos niños bañados en poncheras azulitas y no rosaditas como era la tradición, es saber si seguimos siendo varones, machos, sin que nos tilden de machistas de inmediato.  

Quienes hoy nos definimos como hombres, somos la inmensa minoría como el eslogan de la emisora culta bogotana.

No hemos salido de la confusión etaria, para ubicarnos como Milenial, Centenials,  Generación Z, Y, X , Baby Boom o Silent   porque  hace años  el cine moderno,  nos arrebató la oscuridad nuestra máxima alegría. 

Esas salas donde nuestras mentes dominaban dos mandos investigativos tangibles de cosas bellas llenas de vellos, de figuras redondas, circulares y ovaladas, de pequeños círculos testigos conectables del cordón umbilical, ni que decir de otras investigaciones   geométricas corpóreas de táctiles conexiones nerviosas desde suaves, delicadas, duras, semiduras. De sabores, por ahora no hablaremos, con tantos químicos hemos ido perdiendo olfato, a decir verdad, el tacto. Cada día tocamos menos, ya nadie recuerda tantear, y menos a lo oscuro.

Al no tener oscuridad total, también perdemos visión, la naturaleza, siempre sabia desarrolla órganos, dependiendo de las circunstancias. Los ciegos afinan el oído, por ejemplo. Hemos ido perdiendo tantas cosas naturales con sus olores y sabores, por sustancias artificiales, de aquellas viejas salas de cine, donde la oscuridad era nuestra aliada y confidente secreto, pasamos a una virtualidad luminosa y directa. 

Duele en verdad perder unas habilidades adquiridas por siglos de nuestra especie, a pasar a unos inventos tecnológicos en que han convertido a nuestras compañeras de andanzas por la vida.

Nuestras manos buscan pero no encuentran, nuestros dedos apenas son materia prima para las urbanas  de manicure y pedicure. Olvidemos aquellas piernas tornadas por natura, por los actuales troncos alargados con la misma curvatura de fábrica con cirujanos plásticos de alto calibre, adiós aquellas hermosas nalgas como melones partidos por mitad, para encontrar ahora unos balones rellenos de sustancias gelatinosas que toca cambiar cada cierto tiempo por otro material sintético de exportación menos pesado y duradero. ¡ Ya no existen las nalgas de bola!

Para que buscar ese par de totumos en el pecho femenino, hoy  reemplazados por dos bolitas de tenis, duras, implantadas que miradas con gafas tridimensionales son una maravilla, pero sin el  gusto  de antaño, y como vienen con el mismo  volumen, sin talle definida, traen  un tamaño diferente y no tan justo a nuestras proporciones de entretenimiento. Se acabaron aquellas frases aprendidas de las “Citas citables” de la revista Selecciones: ¡teta que mano no cubre, no es teta, es ubre!

En los bailes no faltaban canciones para repetir, aquel merengue dominicano “A lo Oscuro”, todo se llenó Led. A lo oscuro metí la mano, a lo oscuro metí los pies, a lo oscuro hice mi lío, a lo oscuro lo desaté. Nadie metía los pies, pero la canción tenía que rimar, como inteligentemente hizo el maestro José Barros con el temible Petro Albundia para que pegara con cumbia, en La piragua.

La semana pasada, en unos de esos modernos centros comerciales, justo en la sección de vinos, una muchacha coqueta, olorosa, de pícara mirada y gestos adquiridos,  mientras yo miraba el precio de las botellas buscando promoción, me dijo en voz serena, pero segura: Ando buscando un Sugar Daddy y creo que es  usted. Recordé mi mal inglés, de inmediato le indiqué donde podía conseguir azúcar, incluso recomendé azúcar morena, por cuestiones de químico, le sugerí adquirir estevia, según los nutricionistas cumple más sana función.

La muchacha volvió a mirarme con una confianza única, como si fuéramos amigos del siglo pasado. Parece que no me entendió, si compras vinos es porque necesitas compañía, yo también necesito compañero. Quedé en un silencio perturbador. Pensé en Nankurunaisa, una palabrita japonesa de moda que había encontrado en una revista y que traduce, todo va a estar bien. Entonces soltó unas frases comprensibles, entendibles, directas. Dijo que necesito pagar el colegio, un nuevo celular, hacer algunos viajes y comprar  ropa y perfumes de marca, yo seré su Baby Sugar, me entendió? 

La sangre llama, me susurró cerca al oído, aturdido pensé en la confusión de la ahora nueva compañera. Fue un placer conocerla, le dije, recordando antigua frase de cortesía. Placer me gusta esa palabra.  Volvió a preguntarme  si sabía hacer transferencia con mi tarjeta o puede por Nequi. Alcancé a decirle que tengo un Nequi muy pequeño, que apenas va al colegio. Mire señor, usted solo pone las transferencias para todo lo anterior, el placer lo pongo yo.

 Fue entonces cuando tocó sincerarme con la nueva amiga, si usted señorita me dice desde el principio que quería un hombre paganini, hace rato el pacto estuviera hecho sin tanto palabrerío, tengo alta experiencia y herencia del caso. Ahora comprendo que tenemos el mismo oficio tan antiguo, pero que la modernidad le cambió el nombre, ahora somos eso Sugar Daddy. Al fin entramos al gobierno del cambio por la puerta delantera, o trasera o por ambas puertas. Tanta bulla, para lo mismo.

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