La designación del nuevo ministro de Minas y Energía confirma la regla de que en este gobierno todo es susceptible de empeorar. El sector energético tuvo un fugaz respiro con la salida de Irene Vélez, que por poco acaba con la institucionalidad y la confianza en un sector del que depende buena parte de los ingresos de la nación, de la inversión social y del crecimiento de la economía y el empleo. Su teoría del decrecimiento, también avalada por el presidente Petro, su cruzada contra la exploración de hidrocarburos y sus constantes amenazas contra el sector eléctrico hicieron pensar a muchos que nadie podría hacer una peor gestión. Escribí la semana pasada que eran positivas las expectativas con el nuevo ministro. Pero nos equivocamos.
El pasado fin de semana el ministro Camacho hizo su debut en Santa Marta con motivo de la convocatoria de su primera asamblea popular de la energía. Se despachó contra todo. Instaló tarima en el centro del salón para advertir que los usuarios y las usuarias estarían en el centro de la atención del Gobierno. Advirtió también que el gobierno del cambio había venido a cambiarlo todo, pero que no podría hacerlo sin el respaldo popular de los comunales y las comunales, de los sindicatos, del poder popular. El propósito, dijo, es desatar la energía como un derecho.
Entre las perlas del populismo y las arengas que lanzó al auditorio destaco las siguientes: como telón de fondo, dijo que todos los problemas del sector nacieron cuando se privatizaron las empresas. Es evidente que al ministro no le gusta nada de lo sucedido a partir de la aprobación de las leyes 142 y 143 de 1994. Como no le gustan las empresas, dijo que no se sentará con ellas sino con el pueblo; no le gusta tampoco la estructura tarifaria, no le gusta el sector de generación desde que Isagén se privatizó, su dolor de cabeza es el sector de la distribución, pues se quedan o tal vez quiso decir se roban los subsidios, no le gusta tampoco el control político.
“La privatización nos tiene como estamos”, dijo, siendo esta tal vez la única verdad que dijo el activista ministro. Pero no para recordar el apagón nacional de 1991 y la incapacidad del Estado para atender la provisión de servicios de energía para la población. Hasta allí no le llega la memoria al señor ministro, solo preocupado por encender el descontento ciudadano con un sector que es ejemplo de éxito a nivel mundial. Pero qué importa si la instrucción de su jefe es arrasar con todo.
Lo que sí le gusta al ministro es la pedagogía, pero para mentirle a la gente. Qué irresponsabilidad decir que las facturas son tramposas, que con la opción tarifaria en vez de ayudar a la gente se le engañó, pues se hizo todo a sus espaldas, que de los 7 billones del presupuesto del Ministerio se gasta 6,5 en subsidios. Vale la pena preguntarle al ministro si está a favor o en contra de los subsidios. Y también que nos explique, dentro de su lógica, cómo pretende solucionar el problema de los subsidios con la instalación de techos solares.
Se emocionó el ministro con consignas como “solo con ustedes vamos a poder superar la privatización de los servicios” o “es con la gente y en la calle como se harán los cambios”. Mismo libreto de los recién llegados ministros de Agricultura, Educación y Salud. Pero esto de las Asambleas Populares de la Energía, de las cuales anunció la convocatoria de miles por todo el país, sí puede llegar a convertirse en la mayor irresponsabilidad que un ministro puede hacer en contra de los intereses de su propia cartera. Habrá que estar atentos a las marchas convocadas para el próximo 27 y ver hasta dónde llega este zalamero y servil ministro en su afán de convertirse en la primera línea dentro del gabinete.
No creo que lleguemos al punto de extrañar a la ministra Vélez, pero lo anunciado por el señor Camacho, recuerdo, candidato al Congreso en la lista de los Comunes, hace prever que vendrán tiempos muy difíciles para un sector que como el de los servicios públicos y la energía en particular han sido conducidos siempre de manera técnica y responsable y alejados de cualquier intento de politización.
Por: Germán Vargas Lleras.