Sandra Santiago B.
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Corría la década de los años 50, cuando apareció en Valledupar el teatro Cesar; una marcha que empezaba a sonar desde las 5:00 de la tarde, anunciaba que la película ya iba a iniciar.
Los muchachos de la época agilizaban el paso y corrían al teatro que para ese entonces era el más moderno, con sillas confortables y ventiladores que disipaban el calor.
Era según recuerda el locutor Celso Guerra, el teatro de los ricos, porque estaba a una cuadra de la plaza Alfonso López, sector donde vivía la gente pudiente de Valledupar.
El teatro que hoy es una vieja edificación que amenaza con venirse al suelo, funcionó por primera vez en donde queda el parqueadero Calle Grande, pero Carlota Uhía de Baute, una mujer visionaria y líder en su familia, decidió sacarlo de allí para el patio de su inmensa casa en la esquina de la carrera 7 con calle 15.
Allí estuvo por muchos años, un negocio rentable para la época, cuando la capital del Cesar era una pequeña comarca de 30 mil o 40 mil habitantes y no era mucha la diversión que había según recuerda Guerra.
Películas mexicanas, religiosas, chinas, eran presentadas de lunes a domingo en doble función que iniciaba a las 7:00 de la noche.
“Ahí vi ‘Fiebre de sábado en la noche’. Era un teatro muy familiar y los padres iban con sus hijos”, recordó Yarime Lobo Baute, familia de Guillermo Baute quien junto a Carlota Uhía le dieron vida a este teatro.
El Cesar se acabó hace cerca de 28 años, cuando murió doña Carlota, según dijo su hija Astrid, quien lamenta haber sido inducida a vender el predio hace muchos años.
La sala al igual que el Ariguaní, también de los Baute Uhía, le hacía honor a dos ríos, eran teatros donde todas las películas eran en español, “mi mamá era la que se encargaba de todo, mandaba hacer las boletas y vendía, ella era el eje de la familia”, manifestó Astrid Baute.
Con los teatros, una librería que también se llamaba Cesar y un taller de repuestos, los Baute Uhía sacaron a sus ocho hijos adelante, los mandaron a estudiar y pudieron comprar una finca donde don Guillermo cultivó algodón y la situación mejoró.
Pero hoy el teatro Cesar está a punto de caerse, mientras que el Ariguaní se convirtió en bodega e iglesia cristiana.
Pese a que la ciudad no era muy grande para la época, estos no eran los únicos teatros que existían, estaba el Caribe, que funcionó en la calle 16 A con carrera 6, diagonal a la Casa de la Cultura, que desapareció por completo, pues en sus instalaciones hoy funciona una universidad.
El Caribe era más rudimentario, las bancas eran largas como de iglesia, en tablas y tenían unos altoparlantes, que además servían para informar a la comunidad.
“Era netamente popular, un campo abierto, diferente a los demás, uno se sentía como en un parque, un estadio, muy popular y las películas que mandaban eran las mexicanas, después vinieron las chinas, las de Bruce Lee, Django”, dijo Arnold Castilla, un locutor, que estuvo muy ligado a los teatros.
Según recuerda, el teatro Cesar era para los estratos más altos y se caracterizaba por ser muy confortable en su interior, sillas cómodas; diferente al Caribe que era más de la clase popular.
También estaba el San Jorge, de Manuel Pineda Bastidas, que también fue para los estratos uno, dos y tres y en donde la gente hacía inmensas filas para ver las películas de estreno.
“El San Jorge era el teatro de la gente del centro, de los que vivían en el barrio El Carmen y de la gente de Cinco Esquinas”, manifestó Alberto Muñoz Peñaloza, director de la Casa de la Cultura y quien disfrutó en muchas ocasiones de estas salas.
Años después apareció el teatro Avenida, en plena Simón Bolívar con calle 21. Fue una sala creada también por Manuel Pineda Bastidas, gestor de Radio Guatapurí, un hombre que al igual que Carlota Uhía fue visionario y fundó el lugar para que las clases populares de los barrios Primero de Mayo, Doce de Octubre, San Martín pudieran tener acceso al cine.
“La boleta costaba como 200 pesos y presentaban de todo tipo de películas, de acción, comedia y hasta clasificación X”, afirmó Ángel Córdoba, vecino del lugar.
Según dijo, fue una sala que tenía una parte con techo y otra descubierta y a diferente de los otros cines, este contaba con una pantalla más grande.
“Pero los teatros tradicionales eran los que estaban en el centro: el Cesar, el San Jorge y el Caribe”, dijo Celso, quien recuerda que al aparecer las películas porno o clasificación X, los hombres no se perdían una, porque el cine era la única distracción de la época.
A diferencia de ahora, las películas en estos teatros eran anunciadas en las emisoras y a través de grandes afiches que colocaban en los puntos más transitados de la ciudad.
Cine & televisión
Pese a que la ciudad era muy pequeña, Valledupar alcanzó a tener alrededor de ocho cines:
Cesar, San Jorge, Caribe, Ariguaní, Avenida y otros que no duraron mucho tiempo en los barrios
Los Fundadores, Primero de Mayo y en el sector del mercado nuevo; mientras que hoy cuando la población llega a los 500 mil habitantes solo hay uno en el centro comercial; pues hace poco desapareció el Royal, uno de los más modernos de los últimos tiempos.
A voz de Castilla y Guerra, el auge de estas salas en la década de los 50 a los 90, obedeció a que en la ciudad no había otro tipo de recreación, la televisión era precaria y por eso la gente acudía a estos.
En Valledupar los que tenían televisores eran pocas familias, además era a blanco y negro, solo se veían dos canales que contaban con una programación en ciertas horas del día, por lo que el cine era la única forma de divertirse viendo películas mexicanas, de comedia, romántica, religiosas, entre otras.
La decadencia
Fue en los años 90 cuando estas salas empezaron a morir, según Arnold Castilla porque desde Maicao, La Guajira llegaron los primeros betamax y la gente veía las últimas películas en la comodidad de sus casas.
En la ciudad fueron apareciendo los lugares de alquiler de películas, mientras que otros más pudientes que viajaban a La Guajira traían el casete original.
“Llegaron los videos y acabaron con el cine, fue como en el año 90 que por Maicao trajeron los betamax y todo mundo veía películas en sus casas, se fue minorando la cantidad de público y hoy contamos con un solo teatro de estrato seis”, afirmó Castilla.
Con el ‘fallecimiento’ de las salas de cine también se acabó una economía informal que se daba alrededor de estos teatros, pues a diferencia del cine de ahora, en donde el negocio no está tanto en la presentación de la película, sino en la venta de alimentos; en aquellos años eran muchas las chazas como se le conocía a los puestos que expendían desde fritos hasta cigarrillos, los que vivían de sacarle provecho a los espectadores que llegaban para ver la historia del momento.
Se cae
El predio donde funcionó el teatro Cesar fue vendido por 70 millones de pesos a Blas García, quien reside en Barranquilla, pero hoy está abandonado y a punto de caerse.
Por eso, el Municipio de Valledupar estudia la posibilidad de comprarlo, en caso de que su valor no sea tan elevado, para construir un centro cultural.