Hablar de desarrollo profesional no es solo mencionar cifras de ocupación o desempleo. Es hablar de mentalidad, de cómo concebimos el trabajo y del impacto que esto tiene en nuestra vida profesional y en la sociedad. Lo que sucede es que en muchos casos nos limitamos a cumplir con lo mínimo, sin entender que el crecimiento, tanto personal como colectivo, proviene de la excelencia y la vocación.
El filósofo Aristóteles dijo sabiamente: “Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito”. Esto aplica para todo. Estudiar con excelencia, emprender con excelencia, trabajar con excelencia. No significa hacer más por hacer, sino hacerlo mejor, con propósito, con vocación, con esa búsqueda constante de superarnos a nosotros mismos.
El mercado laboral de hoy tiene talento y en abundancia, pero muchas veces se desperdicia. Lo que quiere decir que no se trata solo de los conocimientos que se tengan en un área específica, sino la forma con la que los aplicamos. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) señala que “uno de los principales desafíos en América Latina es la desconexión entre la oferta de talento y las necesidades del mercado”. Esto refleja una falla estructural y al mismo tiempo destaca la importancia de la formación continua y la disposición para aprender, desaprender y reaprender, como sugirió Alvin Toffler.
Hay empresas que aseguran no encontrar los perfiles adecuados para cubrir sus vacantes, pero pocas se detienen a fortalecer la formación de sus equipos. A su vez, los profesionales nos enfrentamos con la disyuntiva de hacer lo mínimo requerido, cuando deberíamos dar un paso más allá, de asumir nuestras actividades con vocación y con la disposición de mejora continua.
Esta brecha no solo se soluciona con políticas públicas o reformas en el sistema educativo. Se soluciona con una transformación de nuestra propia mentalidad. Si cada uno en su campo decide dar la milla extra, actuar con excelencia y compromiso, el impacto se verá reflejado en la construcción de un entorno más productivo.
Por supuesto que sabemos que la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario está en ese pequeño “extra”, pero no tomamos conciencia de ello. La diferencia entre los dos es la actitud y la disposición con que hacemos las cosas. ¿En qué sentido? En que ese “paso más allá” se traduce en acciones como brindar un mejor servicio, en ofrecer productos de calidad, en estudiar más allá de lo que se enseña en las clases, en proponer nuevas ideas para mejorar los procesos, o implementar prácticas empresariales responsables que promuevan la transparencia y la sostenibilidad. Es también atreverse a innovar, a no conformarse con hacer lo mismo porque los demás lo hacen, y a no caer en comparaciones que limitan el crecimiento personal.
Por eso, siempre insisto en que el cambio no es algo que se da solo, el cambio se construye paso a paso. Y ese paso es desarrollar una cultura de calidad, preparación y vocación de hacer las cosas bien. Ese esfuerzo adicional o “milla extra” es la forma de ir de lo ordinario a lo extraordinario, transformando tanto nuestra vida y desarrollo profesional, como el impacto positivo y duradero en la sociedad.
Por: Sara Montero Muleth