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De las ideas y el poder

Por Pedro Perales Téllez

  La primera gran ruptura con el pasado colonial, de esto que fue la Nueva Granada, se produjo cuando se llevaron a cabo una serie de reformas de orden económico, político y social. Esto ocurre finalizando el siglo XIX, con la ascensión de los liberales al poder, que las llevaron a cabo con el apoyo de comerciantes y de no pocos terratenientes de la época. Un antecedente importante lo representó la aparición de jóvenes, permeados en lo ideológico por las revoluciones europeas de entonces, que vieron en ellas una causal para lograr transformaciones de fondo en la naciente república.

  No sería un engaño absoluto afirmar que los cambios propuestos entonces fueron el primer “parto de los montes”, tras los que vendrán más tarde, sucedido en este país de hoy. Las transformaciones de lo que la historia llama hegemonía liberal, como la supresión de la alcabala y el diezmo, el afianzamiento de los poderes locales y la abolición de la pena de muerte y la esclavitud, dejarán un tendido de guerras civiles, de golpes y levantamientos, de movimientos y tendencias,enfrascadas en, unos, cambiar; no pocos para sostener el statu quo y, otros, en cambiarlo todo para que todos siguiera igual, pero muchos con la intención de encausar a la Nación hacia nuevos confines.

  Radicalismo, regeneración, estado intervencionista, bipartidismo y Guerra de los mil días, he ahí lo que fue este país hasta comienzos del siglo XX. Y seguimos, cargando el fardo de las transformaciones estructurales aplazadas, con casi las mismas oposiciones del pasado; con la diferencia que pareciera que quienes heredaron las ideas de ayer, en lo que a los partidos “tradicionales” se refiere, padecieran de un fenómeno de regresión que los sitúa en posiciones mucho más primitivas que las de quienes les antecedieron, tanto en promoción de cambios como en el mantenimiento de lo establecido: una tendencia que viene en crecimiento desde la proscripción de las reformas de la república liberal de López Pumarejo. Sucedieron más revoluciones allende las fronteras patrias y otras por nuestros alrededores, y si las europeas sirvieron para inspirar las ideas liberales del siglo XIX estas últimas lo fueron para conservadurizar a las nuevas élites del poder.

  Algo que intervino poco en aquellos tiempos, por lo que la lucha era de principios, fue el fenómeno de la corrupción, castigada severamente, incluso con la pena de muerte, recordando la Ley del tesoro del Libertador. Las reformas y transformaciones del presente cargan ese estigma, por lo que quienes se atreven a proponer cambios de fondo en lo existente cargan con el peligro de afectar sectores poderosos dispuestos a todo en ese intento de cambiar o conservar. A ello se le adicionan conglomerados mediáticos, que lamen las mieles de lo existente e ignoran los códigos de ética periodística, procurando en sus consumidores a “terminar odiando al oprimido y amando al opresor”, a decir de Malcolm X.

  Algo de admirar en quienes se dieron y se dan la pela en la batalla de las ideas, cada que ellas fueron o son justas, es que, a siglos de lucha, sacrificio, sudor y lágrimas, devinieron cambios reales, tangibles, por el poder de las mismas. Porque, al igual que Gramsci, creyeron, y estaban convencidos, que eran, realmente, lo más importante. Que lo vetusto debía ceder su poder deletéreo a lo renovador y bueno para todos, y no para el placer de unas minorías.

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