Por: Francisco Cajiao
Por años he señalado desde múltiples escenarios la falta de imaginación de planes y modelos educativos anacrónicos y ajenos a los cambios de la sociedad. He propuesto e impulsado innovaciones educativas, proyectos de investigación con niños, enfoques diversos de evaluación, alternativas de enseñanza activa.
Otro tanto hacen centenares de pedagogos en Colombia y otros países del mundo intentando aproximaciones al uso de nuevas tecnologías informáticas, de la radio y la televisión, de redes locales e internacionales que hoy son posibles.
Pero el proyecto que adelanta el Ministerio de Educación de alfabetizar a jóvenes y adultos a través del teléfono celular me deja estupefacto. He querido estar seguro de que no se trata de un chiste para desacreditar esa cartera. Por lo mismo, he tratado de hacer un rastreo que me indique de dónde surgió la idea, pero no he podido hallar un solo país en el cual hayan llegado tan lejos.
La cuestión es que no se trata solo de una idea en discusión, sino de un proyecto en ejecución, para lo cual se ha convocado a los secretarios de educación para poner en marcha la estrategia que implica suprimir o sustituir -no es claro si en forma gradual o de un golpe- los modelos que desde hace algunos años han venido mostrando importantes logros. El último fue la declaratoria de Cartagena como ciudad libre de analfabetismo. Allá y en otra multitud de localidades han tenido éxito estrategias innovadoras que, en su mayoría, provienen del legado de Paulo Freire.
Pero imaginar a un campesino del Chocó recibiendo todo el día trinos de móviles que, a través de minimensajes, les enseñarán a leer es delirante. La afición del ex presidente Uribe por este medio pedagógico sería suficiente para evidenciar sus limitaciones y proscribir su uso.
Lo peor de todo es que resulta imposible saber qué contiene la propuesta, pues en la página oficial del Ministerio no se dice nada. Solo hay una comunicación somera, que informa que se ha encargado de la operación del sistema a la OEI y que se iniciará con 150.000 personas el próximo semestre. Dicen que la idea es de alguien que proviene del Sena, parece que la meta es “atender” a 600.000 iletrados, se comenta que los celulares llevarían cuñas publicitarias de los patrocinadores. Pero nada de esto puede verse en el portal oficial, de manera que todo parecería un chisme malévolo. ¿Quién certificaría, en caso de que todo esto sea cierto, la calidad del engendro? ¿Hay alguien independiente de la comunidad académica que dé cuenta del asunto? ¿Se habrá consultado a alguno de los expertos en educación de adultos del país con experiencia y reconocimiento internacional en la materia?
El único documento oficial de que dispongo para exponer estas preocupaciones es una comunicación enviada a las entidades territoriales y firmada por la directora de alfabetización del Ministerio para hacer aportes conducentes a modificar el Decreto 3011 de 1997, que reglamenta ciclos, tiempos y horas para la educación de adultos, en desarrollo de la Ley 115 de 1994.
Más que nunca deseo estar mal informado, pues, de ser verdad la idea del celular como medio de acceso al conocimiento y la cultura por parte de quienes históricamente han sido excluidos de este derecho elemental, sería suficiente para promover otra movilización como la que suscitó la propuesta de reforma de la educación superior.
Confío en que los datos que me han llegado por diversos conductos obedezcan a errores de comunicación del Ministerio, lo cual puede corregirse, y no a un delirio surgido de alguna región extraña del submundo de los negociantes de la educación, que han visto en el Estado un jugoso alimentador de sus extravíos mediante jugosos contratos y concursos que terminan en todas las regiones del país disfrazados de programas para la calidad.