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De la fragilidad humana. El existencialismo

En columnas anteriores me he referido al existencialismo como un movimiento filosófico, con sus pioneros: Kierkegaard, representante del existencialismo cristiano moderno; a Heidegger y Sartre, adalides del existencialismo que no profesa ninguna fe religiosa.

En esta, aboco los rasgos del existencialismo judeo-cristiano, anotando, sin embargo, características comunes y no comunes tanto de este existencialismo como del existencialismo impío.

En ambos, el hombre enfrenta innúmeros avatares vivenciales y finalmente la muerte. Pero el existencialismo ateo es uno desesperanzado, en el que el hombre se encuentra arrojado a la vida sin salvación alguna, al paso que el existencialismo religioso le ofrece a la humanidad la esperanza de la bienaventuranza eterna.

La vida es dura. La vida es inteligencia y para su comprensión y realización requiere de lo mismo, razón, y, además en el creyente, fe.

El existencialismo es una filosofía vivencial, de acción diaria. Por eso, es uno de los movimientos filosóficos más importantes.

El existencialismo, individual y familiar, abarca un universo de intereses tan amplio como los que comprenden los derechos humanos fundamentales y los derechos humanos en general, por los cuales se vive y se combate.

También podemos hablar de un existencialismo social. Típico ejemplo de éste es el del filósofo existencialista Sartre, quien en su vida se rebeló contra las causas y los efectos que atormentan a los hombres de manera universal.  Así, se interesó activamente por la  revolución cultural China, por los acontecimientos de la segunda guerra mundial, por la revolución cubana, fue comunista, arrepentido.

El existencialismo judeo-cristiano encuentra su fundamento más aguzado en la oración sálmica de la biblia, es uno suplicante, que espera respuestas divinas a su angustia existencial. Entre otros salmos, en el no. 13, versículo 3, leemos la siguiente desgarradora exclamación: ¿Hasta cuándo tendré congojas en mi alma, en mi corazón angustia, día y noche? ¿hasta cuándo triunfará sobre mi mí enemigo?…

Cito el versículo 7 del salmo 39: nada más una sombra el humano que pasa, sólo un soplo las riquezas que amontona, sin saber quién las recogerá.

Hacia los años 397 el anciano Obispo de Milán, San Ambrosio, comentando el versículo 25 del salmo 44: ¿por qué ocultas tu rostro, olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?, exclama: es duro trajinar un cuerpo ya envuelto en las sombras de la muerte, sentir la mano gélida de un cuerpo ya sin fuerza. ¡ Surge Señor !.

Precisamente esta final exclamación nos asegura que el existencialismo cristiano está acompañado por la virtud de la esperanza, por lo que la muerte no tiene la última palabra.

rodrigolopezbarros@hotmail.com

Categories: Opinión
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