Colombia, sexto país en el mundo con alto grado de analfabetismo, ganó en 1982 el premio nobel de literatura, distinción que alcanzó el humilde hijo de un telegrafista, Gabriel García Márquez, con su obra ‘Cien años de soledad’; este hecho conmocionó al mundo de las letras en el país y toda américa hispano parlante.
En 1967, García Márquez llegó a México tras recibir amenazas de disidentes cubanos en Nueva York, acusándolo de espía de Fidel Castro, por ser corresponsal de la agencia cubana de noticias Prensa Latina. Andaba en la búsqueda de la publicación de la obra que lo haría un hombre universal, oportunidad que su país le negó varias veces, la encontró en los confines de la Patagonia en la lejana Argentina.
La élite de las letras de nuestro país asentada en Bogotá, no asimiló que un hombre Caribe, no ”apto” según estos menesteres del intelecto, pudiera acceder niveles tan altos con su pluma.
Jamás le perdonaron que haya creado un mundo fantástico, fabuloso, basado en lo cotidiano del entorno de los pueblos costeños, distorsionando el tiempo para que el presente se repita o se parezca al pasado o viceversa como dijo ‘Poncho’ Zuleta.
Pero antes de este máximo galardón literario logrado por colombiano alguno, ya su obra gozaba del beneplácito mundial, la ponzoña acechaba, Gabo alternaba su vivienda entre México y Colombia.
Un oscuro personaje saltó como el conejo desde las páginas editoriales de El Tiempo, se escondía con el seudónimo ‘El Ayatola’, dijo que Gabo apoyaba al movimiento subversivo M-19, con un desembarco en el sur del país.
“Era el mismo cargo que los militares pretendían hacerme”, dijo Gabo al diario español El País. Esas acusaciones sin fundamento alguno, le valieron al escritor poner pies en polvorosa a medianoche rumbo a México, al ser informado que iba a ser capturado, sus detractores dijeron que era apátrida, que odiaba a su país de origen.
Nuestro nobel de literatura siempre mantuvo nexos de amistad y afinidad periodística con la casa periodística El Tiempo y sus propietarios, la familia Santos, incluidos Juan Manuel y Enrique Santos Calderón, con quien fundó en 1974 la revista Alternativa, “La voz de la izquierda democrática”, semanario que pasó a mejor vida luego que los dueños de la pauta publicitaria decidieran no apoyar este tipo de periodismo.
El aristócrata Juan Manuel Santos para esa época no imaginó que fuera a ser nobel, por su incansable búsqueda de la paz para su país y desatar con esta distinción la ira, cólera y envidia de sus oponentes.
Los mismos epítetos que le lanzaron a Gabo también se los han mandado los enemigos a Santos, han querido deslegitimar el proceso de paz tildando a Santos, un recalcitrante neoliberal, de comunista castrochavista.
Otros minimizan el prestigio del nobel de paz, argumentan que es una exaltación que perdió prestigio, que no fue adjudicada por méritos, si no comprada, en el intercambio petrolero entre Colombia y Austria, país sede del nobel de paz y garante del proceso.