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De fiesta la literatura latinoamericana

EL TINAJERO

Por: José Atuesta Mindiola

Mario Vargas Llosa es uno de los escritores latinoamericanos de mayor presencia universal en todos los tiempos. Su exitosa carrera narrativa comienza en España en 1962, cuando  gana el premio Biblioteca Breve  de la Editorial Seix Barral de Barcelona con la novela La ciudad y los perros.
Cuando gana este premio, ya pertenecía  con Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez,  al “boom”, que no fue un movimiento ni una generación; fue un grupo amistoso  para la  difusión de sus obras.  Del “boom” escribe el crítico colombiano Isaías Peña,  estos cuatro escritores que permanecían viajando, celebrando encuentros, moviendo editoriales, conociendo traductores, dictando conferencias, escribiendo cartas, citándose en las entrevistas, leyéndose entre sí, en fin, tratando de romper el cerco tendido a los autores del continente, dentro y fuera del mismo.  Ellos-  y alrededor de ellos muchos otros-  libraron la batalla  contra la visible incomunicación  entre los países latinoamericanos frente a Europa y Estados Unidos.
Carlos Fuentes era el mayor entusiasta, pero los cuatro fueron viajeros impenitentes, escribían afuera (más que adentro) de sus países y lograron penetrar los medios de comunicación del continente  y varios de España y otros países.  Los cuatro escribieron grandes obras en menos de seis años. Fuentes, La muerte de Artemio Cruz (1962); Vargas Llosa (La ciudad y los perros (1962) y  La casa verde (1965); Cortázar,  Rayuela (1963),  y  García Márquez, Cien años de soledad (1967).
Hoy los estudiosos  de la literatura coinciden en afirmar que el premio Nobel al peruano  Mario  Vargas Llosa se esperaba cada año desde hace 27, cuando en 1982 lo obtuvo el colombiano Gabriel García Márquez.  Pero nada. Parecía que las esperanzas eran ciegas y lo tenían predestinado a la misma suerte injusta de Juan Rulfo y Jorge Luis Borges. Pero hoy, día de luna nueva, esa mala suerte se ha conjurado. Aunque para los latinoamericanos era como si ya lo hubiera ganado hace muchos años.
El recorrido literario de lo que ha premiado la Academia Sueca a lo largo de su ya pasado siglo es interesante. Sin pretenderlo ha creado una especie de gran arco biográfico de la historia del continente. Cuando en 1945 Gabriela Mistral obtuvo el Nobel de literatura, el resto del mundo empezó a saber un poco más de América Latina. Es en 1967 con el premio al guatemalteco Miguel Ángel Asturias, el fundador de lo que habrá de ser conocido como realismo mágico, a partir de su libro Hombres de maíz (1949), pero es Pablo Neruda, Nobel de 1971, quien se rebela y pone en versos la geografía política y social del continente. Con él, la política y el reclamo se hicieron arte en Latinoamérica. Once años más tarde a Gabriel García Márquez, con él se premia a una generación irrepetible de autores latinoamericanos que desde su propio continente y desde fuera, empezaron a reconstruir la memoria de América Latina. En 1990, Octavio Paz, el poeta y ensayista  mexicano;  en su travesía literaria participó en el neo modernismo,  el realismo y otros movimientos.
En el 2010,  Mario Vargas Llosa, de una prosa que cuenta a la vez que analiza, y que analiza a la vez que hace soñar. Un escritor que siempre ha tomado el pulso de su tiempo, y como un relojero ha querido saber la función de cada pieza en el transcurrir de ese tiempo. Pero hay un aspecto que también es fundamental: la crítica o análisis literario. Su excelente y entusiasta aproximación a los libros que le apasionan. Su amor por la literatura y su contagioso entusiasmo. Y este arco de los seis premios Nobel latinoamericanos se condensa en la frase del propio Mario Vargas Llosa cuando dijo que “América Latina no puede renunciar a esa diversidad que hace de ella un prototipo del mundo”.

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