Los recientes hechos criminales en Valledupar no pueden analizarse de manera aislada. La presencia constante de jóvenes armados con cuchillos en los alrededores del río y los enfrentamientos que se generan entre ellos no son simples riñas juveniles, sino síntomas de un problema más profundo, la descomposición social, la falta de oportunidades y el vacío de autoridad en sectores clave de la ciudad.
Yo mismo fui testigo de esta problemática, una tarde mientras disfrutaba con mi familia, presencié un enfrentamiento violento a puñal y piedra en medio de la multitud que frecuenta el río los domingos. La riña solo se disolvió cuando alguien realizó un disparo al aire. Una muestra de cómo la inseguridad ha tomado espacios que deberían ser de esparcimiento.
La atroz violación de la joven en una zona cercana al balneario, no puede verse como un caso aislado, sino como el resultado de la impunidad con la que operan estos grupos. La normalización de la violencia en los espacios públicos, sumada a la ausencia institucional, crea el ambiente propicio para que delitos de esta magnitud ocurran.
El patrón se repite una y otra vez: tras un hecho violento, las autoridades anuncian recompensas, dan consejos de seguridad y envían al lugar de los hechos un par de policías por algunos días. Luego, la calma aparente regresa, pero la estructura criminal sigue intacta. No se atacan las bases, no se identifican a los líderes.
¿Qué papel juegan estos “jóvenes sin control” en la escalada de violencia? ¿Son simples agresores ocasionales o parte de estructuras más amplias que han encontrado en la falta de institucionalidad un terreno fácil para delinquir? La respuesta es clara: la ausencia del Estado ha permitido que el crimen se organice y se diversifique, desde pequeños robos y enfrentamientos callejeros hasta delitos de mayor impacto como violaciones y homicidios.
No podemos seguir administrando la inseguridad con medidas reactivas. Se necesita una estrategia de seguridad basada en tres pilares fundamentales:
En primer lugar, Inteligencia: identificar a los grupos delincuenciales, mapear sus zonas de influencia y cortar sus redes de operación. Esto no se logra con operativos esporádicos, sino con un trabajo sistemático de infiltración y análisis de datos.
Segundo, control territorial eficaz: la presencia policial debe ser permanente y estratégica, no solo en los puntos donde ocurrieron los delitos, sino en sus zonas de origen. Además, es fundamental el uso de tecnología como cámaras con reconocimiento facial, drones y sistemas de monitoreo inteligente.
En tercer lugar, prevención y alternativas para los jóvenes; muchos de estos jóvenes delincuentes no han tenido acceso a oportunidades reales de educación y empleo. Es necesario implementar programas que los alejen de la delincuencia y les ofrezcan opciones de ser productivos.
La violación de la joven no fue un hecho aislado. Fue el resultado de años de descontrol en ciertos sectores de Valledupar, donde la violencia menor se ha convertido en la antesala de crímenes mayores. Si no actuamos con contundencia ahora, seguiremos lamentando tragedias que pudieron haberse evitado.
Por: Ricardo Reyes.