Colombia es una nación que se ha caracterizado, en las últimas décadas, por tener una política económica de una gran estabilidad interna, y una gran credibilidad ante los organismos económicos internacionales. El país ha honrado cumplidamente su deuda pública, interna y externa, ha manejado con relativa prudencia su política fiscal y monetaria, y eso hoy es reconocido.
Quizás Chile, en una dictadura y luego en democracia, ha logrado una estabilidad económica similar a la de Colombia.
Lo anterior no quiere decir, ni más faltaba, que nuestro manejo económico haya sido perfecto. No. Claro que se han cometido errores, y muchos, y con espejo retrovisor es que se pueden analizar mejor, debatir y comparar con la evolución de otros países. Para la muestra varios botones: no hemos podido diversificar nuestras exportaciones; tenemos aún altas tasas de marginalidad y pobreza; un desempleo alto, y nos falta mucho por hacer en materia de productividad, competitividad y equidad, entre otros.
No obstante, lo que hemos logrado en materia de estabilidad y crecimiento se ha conseguido, en mi opinión, en parte, gracias a una tecnocracia seria, formada por economistas de orientación liberal, en el sentido filosófico del término, y otros, recientemente, más institucionalistas, que han logrado convencer a nuestra dirigencia política de la necesidad de manejar la economía con criterios técnicos y académicos, alejados de los populismos que han afectado a otros países, como es el caso de Argentina, Brasil y Venezuela, para no ir más lejos.
Guillermo Perry Rubio, a quien en vida traté muy poco, y solo como fuente de información, y yo en mi condición de periodista, es un destacado representante de esa tecnocracia económica, que a través de organismos como Fedesarrollo y Anif han podido darle al país un análisis y un debate económico de altura, más allá de los vaivenes políticos propios de cualquier democracia.
“Decidí contarlo” es un buen testimonio de lo que ha sido el actuar de esa tecnocracia económica en los últimos cincuenta años. Desde la academia, desde la Dirección de Impuestos, desde el Congreso de la República y después desde la Asamblea Constituyente, Perry hace un recuento de los hechos de los cuales fue protagonista o testigo.
El libro de Guillermo Perry Rubio es buen ejercicio, que deberían hacerlo, insisto, quienes han tenido el honor y la responsabilidad de ser ministros de Hacienda, o ministros de algún sector en particular, e integrante de instituciones como la Junta Directiva del Banco de la República.
Es bueno que el país conozca testimonios de este tipo para tener claridad sobre los antecedentes de su política económica, evaluarla, poder corregir los errores que se han cometido y aprender las lecciones que pueden sacarse de los mismos.
Son muchos los otros actores de esa tecnocracia económica que le deben al país sus memorias sobre su actuar, y ojalá en el lenguaje sencillo y coloquial en que logra hacerlo Perry Rubio.
Al texto, se le pueden hacer también algunas observaciones, es probable que, en algunos apartes, el autor haya abusado de la primera persona, y en otras pierde la objetividad para referirse a dirigentes políticos y economistas de otra orientación teórica y en orillas opuestas al movimiento del expresidente Ernesto Samper Pizano, donde militó Perry Rubio. Los lectores juzgarán.