La navegación fluvial en Colombia inició con la intención indígena a través del Río Grande de la Magdalena, ellos subían y bajaban aprovechando que la atraviesa desde el centro hasta Barranquilla, donde se enlaza con el Mar Caribe.
El anhelo del transporte por esta “aorta de Colombia”, como lo destaca Juana Salamanca Uribe, periodista de la Jorge Tadeo, en una reseña documental para el Banco de la República, ha sido un empeño de la mayoría de los gobernantes de ayer y los recientes.
Se navegaba entre Barranquilla y Honda, el ascenso relata la periodista, demoraba hasta dos meses, el descenso –con corriente abajo y en favor- unos 15 días. Estamos hablando del Siglo XVIII a bordo de unas estructuras de un solo cuerpo de unos 20 metros de largo que soportaban 20 toneladas de carga; maíz, tabaco, quina hacia la Costa y manufacturas (el progreso) hacia el interior.
Esas naves eran los Champanes que podían llevar hasta 15 pasajeros impulsadas por cuadrillas de bogas, “quienes, además, movían la carga, atendían pasajeros y espantaban las culebras que se descolgaban de los árboles. Casi desnudos y ebrios, de pie sobre el tejado del champán, los bogas impulsaban la nave con pértigas río arriba. Sus cantos, blasfemias e invocaciones a la virgen siempre impresionaron”, señala Salamanca.
Llegó la navegación a vapor, nacieron las compañías entre 1823 y 1900: “Como un remedio para el enclaustramiento, los caminos buscaron la salida al Magdalena desde Bogotá por Vélez, atravesando las selvas del Opón, con ataque de indios incluido; por Villeta y Guaduas y, luego, por Tocaima y Girardot. De Medellín a Nare; de Popayán a Neiva; por la antigua vía Pasto, Popayán, Medellín y Santa Fe de Antioquia; de Manizales partieron varios senderos hacia Honda y Ambalema”.