En EL PILÓN, leo y observo la imagen de la “tala ilegal de árboles en la Serranía de Perijá”, en Codazzi. Similar títuloapareció semanas atrás, para enfatizar un hecho de extrema gravedad, dado su devastador impacto ambiental: instalación de un aserradero cerca de nacederos de agua que dan origen al río Magiriaimo, que surte el acueducto del municipio. Esta vez (9/04/2024) el énfasis se le dio a la decidida voluntad de la administración municipal de Codazzi, de meter en cintura a los ecocidas y garantizar que esas fuentes de agua y de vida se conviertan en patrimonio sagrado de la comunidad.
Admirable también el compromiso y la tenacidad de EL PILÓN en el empeño de crear y desarrollar una cultura ambiental en todos los sectores de la sociedad, mediante la siembra de árboles (y cura de los enfermos) en la ciudad y en la ribera del río Guatapurí. En nota editorial se sugería la creación de una Secretaría para que se ocupe específicamente de ese tema.
Ahora bien, lo prioritario y urgente es crear y desarrollar una conciencia ciudadana sobre lo esencial que es para la ciudad y la región una cultura ambiental, que lleve a que la comunidad asuma como «uso y costumbre» un asunto que es vital: la preservación del medio ambiente. La siembra de esa semilla cultural hay que hacerla desde las instituciones educativas, de cero hasta el último grado. A continuación, la razón del título.
Tiene cariz anecdótico, con el antes y el ahora. En efecto, siendo aún niño, entre el cincuenta y sesenta del siglo pasado, solía acompañar a un amigo que tenía una puntería letal con la honda. Ya en el monte, por la ribera del río Magiriaimo, empezaba la faena de cacería, cualquier cosa que se moviera era objeto de caza: pájaro, conejo, lagartija y hasta culebras. Esa compañía terminó la mañana en que mi amigo le tiró a un cucarachero en un palo de guácimo. Dio en el blanco, pero el pájaro no cayó, sino que quedó colgado de la uña, prendido de una rama; la pareja del pájaro muerto bajó hasta esa rama y se arrimó como para darle aliento. De nuevo tiró mi amigo, y los dos pájaros cayeron al suelo.
Ya docente, en el INEM “Francisco José de Caldas” de Popayán, fui testigo, hará unos siete años, de la siguiente escena: el jardinero hacía la poda de arbustos en la zona verde, sin darse cuenta trozó la rama donde había un nido de tórtolas (tierrelitas); dos niños de 7° grado que vieron lo ocurrido, salieron disparados del salón, sin pedir permiso, recogieron el nido con los pichoncitos y lo acomodaron en otra rama. Confieso que esa escena me arrancó una lágrima por los cucaracheros muertos.
No sé qué pensarán los lectores, pero a mí me dejó muy pensativo esa escena. Quise inferir que esos niños habían sido sensibilizados en la escuela para actuar de esa manera, en que ya no son cazadores, sino cuidadores del hábitat natural. Pienso que la salvación de la humanidad está en los espacios educativos. Los educadores tienen la palabra, lo mismo los sacerdotes y pastores en las iglesias. donaldomendoza1953@hotmail.com
Por Donaldo Mendoza