Por Miguel Ángel Castilla Camargo
miguelcastillac@hotmail.com
Por cuestiones periodísticas me tocó indagar sobre si realmente existían las brujas, y para sorpresa mía, comprobé que era cierto.
La famosa Chechi, de “pelo coposón, cejas encontradas y nariz fileña” como la de una canción vallenata, es una india curandera que lee el tabaco, el café, la pepa del aguacate y hasta el brinco del sapo; es una flaca exquisita con unos pitones amenazantes que podría llevarnos a las mejores épocas de la lactancia. Hace unos años escribí sobre ella con cierta inocencia, y digo inocencia, porque en ese entonces se le sentaba a uno al frente en una mecedora, sin pantaletas, con sus piernas de mulata desenfrenada y cualquiera quedaba bobito. Debo decir que la Chechi de hoy en día es una gran empresaria que te trae al marido perdido, te arregla a la novia loca, te pone a caminar derechito al hombre infiel, te encuentra al hijo extraviado -si no lo tiene las Farc por supuesto-, y te dice hasta de que vas a morir, algo que se creía exclusivo de Dios.
Por sus manos han pasado presidentes, altos ejecutivos, alcaldes, contratistas, gobernadores, pimpineros y músicos de renombre. Fui a verla porque, sí sus conjuros habían evitado que Norita se divorciara de Andrés, que Serpa fuera gobernador, y Petro alcalde, debía ser muy buena.
De entrada me advirtió que no le tenía confianza al hombre que usaba los calzoncillos al revés. Al notar que la directa era para mi, con toda la pena del mundo me tocó decirle que habían hombres a los que el algodón de la parte interna de la tela les molestaba, especialmente cuando la humedad relativa aumentaba creando una sensación calorífica de invernadero que hacía dilatar las cavidades del prepucio. Por supuesto no me creyó. Para no dañar el reportaje fui hasta un baño y me lo puse –el interior- al derecho como ella quería.
Luego me llevó de la mano hasta un santuario donde me mostró lo más granado de nuestra sociedad.
-Los trabajos que yo hago son garantizados -me dijo con arrogancia.
Con el ánimo de retarla le pregunté:
-Si yo quisiera casarme con Claudia Gurisati ¿qué debo hacer?
-Debes conseguirte una foto 3×4, fondo azul, pelo de sus partes nobles y una prenda, en lo posible una tanga.
Al ver que era más difícil que proponerle matrimonio directamente, desistí.
Seguidamente le expresé que era oriundo de Rincón Hondo, y creo que eso bastó para ganarme un poco de respeto.
De tantas anécdotas de esta mujer, que ya suman varias millas de vuelo en escoba, rescato la de Poncho Zuleta que le prometió una casa si se ganaba un grammy. Como diría el pulmón de oro, por supuesto que no le he dado nada. Ella sin remordimientos dice, “él está convencido que yo soy Emiliano”.
Al calor de una botella de un aperitivo, parecido a los que me “arregla” mi amigo Simón Martínez, me habló de la moral, la ética, y hasta de un tal Evelio, “un caso perdido” como lo definió la propia Chechi. Me llamó mucho la atención la infinidad de fotografías que velaba. Mientras ella fue a buscar un menjurje de pelo de gato con uñas de tigre, dizque bueno para el amor, vi la foto del ex gobernador Cristian Moreno volteada; debe ser alguien de Curumaní que le tiene rabia, pensé, y al regresar, sin que yo le preguntara me aclaró con seguridad y su hablado cantaito: No te equivoquei, es vallenato de pura cepa el que lo tiene ahí.
Como hasta en la brujería existe la estratificación, un poco más arriba, en una especie de monumento, estaba Fernando Londoño, el del atentado, en forma de muñeco, encadenado de pies y manos. Me confesó que ese trabajo era pagado por antiguos miembros de Invercolsa que ahora mendigaban en la capital.
Daba grima y risa a la vez, ver la fotografía de Jorge 40 llena de alfileres hasta el pecho. Le pregunté por qué la cabeza la tenía limpia y ella sin prevención me dijo: No hubo necesidad.
Antes de regresar a casa, por curiosidad indagué sobre las famosa aseguranza de Diomedes y me expresó fríamente, “ese amuleto del papá de Rafael Santos, Diomedes de Jesús, Luis Ángel, Rafael María, Rosa, el gran Martín Elías, Rosalbira, Betsy Liliana, etc, etc,… no es más que una medalla de cobre que le regaló la Sony Music. De todos ellos el que sí anda asegurao es Joaco Guillén con 500 taxis, y el amigo Idelciro Zabaleta, que ese sí es el propio niño en cruz que lleva el cacique a todas partes. La única forma de quitárselo es echándole 13 gotas de limón con sal en el ojo izquierdo”.