Este bichito que nos tiene asolados e impactados de una manera que ni la más febril y calenturienta imaginación hubiera sospechado, llegando a pensar que lo de la gripe española era por ser “tiempos antiguos”, ha tenido sus aspectos positivos. Lo primero que nos enseñó fue geografía, señalándonos con el índice la ciudad de Wuhan, que suponíamos un pueblito en donde un chino se había comido un murciélago y dizque de allí vino todo. Conocimos no solo sobre esa ciudad, sino la ruta que siguió el famoso y promocionado avión de la FAC, fantásticamente señalada y descrita por los medios de comunicación, con el patrocinio de Hassan, los que en tiempo real nos mantuvieron en vilo haciéndonos vivir con sus tripulantes los más mínimos detalles y que fue a esa ciudad a buscar a 14 compatriotas, lo que no se por qué me hizo recordar la hazaña aérea de Charles Lindbergh cuando en 1927, solitario y en una frágil aeronave, ‘El Espíritu de San Luis’ cruzó sin escalas el Atlántico.
De esos “rescatados” todos regresaron, menos el estudiante que inteligentemente se quedó, alegando con toda la razón del mundo que allá iba a estar mejor y creo que el tiempo le ha dado la razón y debe estar dichoso y vacunado hace rato, y, además, no tuvo que soportar la versión criolla de ‘Aló presidente’. Y acá yo pendiente de un portal web, cédula en mano para ver en qué mes nos toca la vacuna a los viejos.
Aprendimos biología y a estas alturas mis pequeños nietos hablan con propiedad sobre la diferencia entre un virus y una bacteria, y mi señora, no vayan a creer que solo a Mercy mencionan en las columnas, se convirtió en experta en el manejo de la Invermectina y ahora se encuentra explorando las bondades del dióxido de cloro y sabe que es un gas generado por la reacción química de dos elementos y que según algunos avezados galenos es lo más eficaz en el tratamiento de la covid-19.
Nos volvimos filósofos y la meditación hace parte de nuestra cotidianidad llegando a la conclusión que la conexión con la vida depende de un estornudo y que un tapabocas es la diferencia entre estar vivo o ser difunto.
Descubrimos que no hay que mover una máquina de doscientos caballos para ir al supermercado a comprar una lechuga. Los domiciliarios son los nuevos samaritanos.
Otros agarraron con fuerza la religión y ningún santo ni santa se ha salvado de las rogativas. El doctor José Gregorio Hernández ha vuelto a la moda. La imaginación se ha vivificado pues ya hay que hacer fuerza para recordar la imagen de muchos seres queridos.
La radiodifusión ha reverdecido, hemos tenido en el transistor un compañero que nos informa y entretiene.
Para mí las juntas directivas virtuales son una maravilla pues si el hospedador sabe manejar bien las cámaras y micrófonos eso va a ser una sesión ordenada. Ya no existe el peligro de un manotazo y si hablas mucho simplemente te apagan el micrófono.
Ya vamos a cumplir un año de estar encerrados y pienso que ha sido un curso de especialización en disciplina social (¿o indisciplina?). Y ahora toca transitar el viacrucis de la vacuna. Esperemos que eso salga como esperamos para bien de todos.