Para que una democracia surta efecto de bienestar para todos, las instituciones del Estado deben abrir las compuertas políticas, jurídicas y económicas que permitan que la mayoría y minoría conversen y opinen sobre lo mismo.
Estoy hablando de inclusión, pero no de aquella inclusión como se hizo a la mujer en 1957, durante una Reforma Constitucional que le permitió el derecho de elegir y ser elegida. Se recuerda que las primeras mujeres en tener cédula fueron la esposa del General Rojas Pinilla, Carola Correa, y su hija María Eugenia.
En aquella ocasión la mujer fue usada hábilmente para superar la crisis política, con el voto femenino. En el mismo Plebiscito también aprobaron el Frente Nacional, la artimaña política más abominable, mediante la cual liberales y conservadores se turnaron en el poder hasta 1970. Abonaron el terreno para quintuplicar la corrupción.
Sesenta años después la mujer sigue sometida al régimen, a pesar que de los 32 millones de colombianos habilitados para votar, más de 16 millones son mujeres.
Entonces, Colombia necesita crear y abrir espacios; inclusión, es la palabra ecuánime para evitar que nuestro sistema político colapse en medio de la más aberrante corrupción que pareciera que patrocina el Estado, en detrimento de los niños, los ancianos, los enfermos, los campesinos, los trabajadores, los discapacitados, etc..
Hoy en medio de la terminación de los diálogos de paz en La Habana, hay en el país una decena de contradictores que desean que la guerra continúe y vituperan contra quienes trabajan en la búsqueda de la reconciliación que pretende terminar con esa parte del problema, como son las Farc. Entre ellos está el senador Uribe, convertido hoy en un francotirador contra un Gobierno que él construyó y que seguramente se unirá cuando termine de saltar a su campaña política el súper ministro German Vargas Lleras. Uribe probablemente irá unido con Santos apoyando un candidato presidencial que impondrá el quisquilloso Uribe en las próximas elecciones, para derrotar a Vargas Lleras.
Seguramente también sucederá que 8 o 10 miembros de las Farc tomen asiento en el Congreso, de manera directa, y que Estados Unidos repita la liberación de presos cubanos, con la liberación de Simón Trinidad.
No es exagerado, pero el segundo punto del acuerdo de La Habana permitirá jurisdicciones especiales de paz, desde donde los de las Farc podrán mantenerse en alerta y seguramente no serán ni Timochenco ni mucho menos los principales miembros negociadores los que asumirán las curules sino que serán miembros milicianos urbanos, para evitar que ocurra otro magnicidio como el de la Unión Patriótica.
Entonces, la apertura democrática que se materializa en los acuerdos de La Habana podrá suscitar instrumentos acordes para reconstruir una democracia capaz de aglutinar a todos y apartar del camino la desidia de los políticos que como en el Cesar y La Guajira son apacibles y desganados en cuanto a la búsqueda de soluciones universales en un sistema político que requiere con prontitud un reacomodamiento de sus dirigentes, pero con gente nueva y no con los hijos, nietos, hermanos y esposas ni herederos, en el nuevo Estado. Necesitamos con prontitud que los niños no mueran deshidratados ni con hambre.
Seguramente, las Farc ya tendrán la lista de los nuevos congresistas y en ella estarán milicianos civiles intelectuales del Cesar y La Guajira, en vez de guerrilleros rasos, quienes también ocuparían curules, para que no hayan vencidos ni vencedores. Que hagan democracia sin fusiles y sin torturas. Hasta la próxima semana.
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