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Cuna de acordeones

Uno de los trabajos que me ha hecho feliz fue el de Jefe de Prensa del Festival Cuna de Acordeones de Villanueva, en el año 1987, y era presidente del mismo José Calixto Quintero. Dejó tan gratos recuerdos que han sido imposibles de superar, se remueven para vivir de nuevo simpáticas anécdotas, noches alucinantes de parrandas, música, conjuntos y paz; estaba sereno el pueblo, solo atento a los concursos, a las notas, a la brillantez de una fiesta que en pocos años llegó a situarse en lugar importante de su historia.

Nos “tomamos” los diarios del país y la televisión, tanto, que alguien, de grata recordación, dijo que nos habíamos metido hasta en El Minuto de Dios, historia que se repitió en el año siguiente bajo la presidencia de Fermín Ovalle.

Con José Calixto, su esposa Sarita que es la más villanuevera que he conocido, y un grupo de jóvenes que no menciono por temor a que se me escape alguno, hicimos la gran fiesta, éramos incansables y cuando esos días terminaron nos abrazamos, era la expresión más emotiva de decir: ¡lo logramos!

No me refiero solo a esos dos festivales en los que actué, sino a todos, a muchos que disfruté como observadora, hay material para escribir tanto, una verdadera historia folclórica de un viejo pueblo que siempre está nuevo en los recuerdos.

Mucho tiempo después el Festival se fue en barrena, sucumbió ante los personalismos y los malos entendidos que siempre tratan de acabar con lo que está bien, y que inexplicablemente hacen que se caiga en el juego de no pensar en el pueblo, en su certamen, que ya es histórico, sino en ganarle una partida a las terquedades.

El festival, y es cierto, en los últimos años cayó en una abulia que parecía insuperable, ya no provocaba ir; siempre sucede en la historia de los grandes eventos: llegar hasta un punto que se cree de no retorno, pero no, la mayoría retrocede y vuelven por sus fueros.

Hoy, luego de reuniones y de acuerdos, se quiere lograr la brillantez del Festival, ese en que se decía con propiedad que Villanueva era la cuna del folclor; en el que, el siempre recordado Guillermo Mejía como maestro de ceremonia, dejaba oír su bien timbrada voz; el mismo que se asombró cuando un soldado oriundo de Nobsa Boyacá, Hernando Cely Cristancho, dio un concierto de notas e hizo exclamar a los cachacos: “Le dimos sopa y seco al Cuna de Acordeones”; ese festival en que Marín cantó ‘Villanueva mía’; el mismo en que se destacó como dama ilustre a Gloria Socarrás, el primero donde concursó Julián Rojas; en el que Esteban Bendeck dijo:

“Esto, como dice Juancho Polo, es más grande que el hombre”. Un festival en el que el portero de la caseta no dejaba entrar a Joe Arroyo, que iba a animar el baile, porque no podía creer que era él: “Tenei que pagá la entrada o creei que es gratis”.

Cada una de las versiones del Festival tenía estos y más queridos personajes y las más divertidas anécdotas, pero sobre todo un amor grande por Villanueva, por su fiesta, por su Cerro Pintao, por El Cafetal, El Hormigueral, El Arroyito, El San Luís, en fin los barrios que se aunaban para ser uno solo, un solo corazón que latía orgulloso.

Hoy se apuesta por la renovación del festival, soplan buenos y entusiasmados vientos, eligieron presidente al villanuevero, de la Calle de las Piedras, José Félix Lafaurie, solo se espera que no sea ahora la política la que socave y dé al traste con la fiesta. ¡Buena suerte!

Por Mary Daza Orozco

 

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