“Si no me ayudara el Señor, pronto moraría mi alma en el silencio”. Salmos 94:17
El miércoles 16, se cumplió el primer aniversario de la partida hacia el Hogar Celestial de nuestra madre Mireya. Dicen que el tiempo sana todas las heridas, pero la ausencia de la madre produce una herida emocional que nunca cierra. Confiamos que, no hay silencio que Dios no entienda, ni tristeza que él ignore, no hay amor que él rechace, ni lágrimas que él no valore.
Acompañados de amigos, parientes y familiares cercanos, celebramos un culto de recordación en honor a su memoria. Juntos recordamos su persona y su obra a favor de su generación, para quienes vivió hasta el último día de su existencia.
Recuerdo con nostalgia, el amor inmenso por su Señor. Jamás había conocido a alguien para quien Jesús significara tanto como para ella. Siempre sirviendo a la grey del Señor, amando con sentido práctico y pregonando las buenas nuevas de salvación con todos. También recuerdo su tenacidad para alcanzar el triunfo. El secreto de volver a empezar cada vez, sabiendo que el éxito de los que triunfan está en comenzar siempre de nuevo.
Era como un oasis de paz y de consuelo, donde hijos, nietos, bisnietos y tataranietos podíamos acudir cuando éramos afectados por la aridez del escabroso camino de la vida, para siempre hallar consuelo y esperanza de un mejor futuro y unas nuevas oportunidades llenas de esperanza.
Si yo pudiera resumir su legado espiritual, lo haría a través de tres sencillos principios que marcaron su existencia: Primero, siempre le tomó la palabra a Dios. Creyó que Dios es todo lo él dice que es. Que Dios hace todo lo que él dice que hace. Que nosotros somos lo que Dios dice que somos y tenemos lo que Dios dice que tenemos. Que todo lo podemos en Cristo, quien nos fortalece y que la biblia es viva y activa en nosotros. Ella aprendió a visualizar, como Abraham, para tener. Creyó en sus promesas de bendición y nos dejó un legado de fe, para las futuras generaciones de su descendencia.
Segundo, levantó piedras de recordación para no olvidar la bondad del Señor. Como Josué, en aquellos lugares de encuentros y de revelación de Dios, allí juntó piedras para recordar la fidelidad de Dios. Creyó que Jesucristo era el mismo, ayer, hoy y por los siglos. Y si Dios había sido fiel en el pasado, lo sería también en el presente.
Tercero, estuvo dispuesta a comenzar siempre de nuevo. Por lo que el ahora era el tiempo aceptable, el ahora era el día de salvación. Vivió por fe apoyada en su relación íntima con Jesús, rompiendo las barreras del pasado, deshaciendo paradigmas viejos y antiguas maneras de pensar y confiando que al que cree, todo le es posible. Fue una ministra del Evangelio, pastora fiel, sierva del Dios altísimo. Nunca dejó de creerle y de depender de Dios.
Amados amigos, los padres atesoran para los hijos. Así, ese es nuestro tesoro. Nuestro mejor legado. Nuestra herencia espiritual. Por eso, como dice la poesía de Gloria Inés Arias: “No nos dejó su libertad, sino sus alas. No nos dejó lo que ella pudo encontrar, sino la ilusión de lo que siempre quiso alcanzar. No nos dejó sus versos ni sus canciones, sino una voz viva y fuerte que nunca nadie puede callar, para que nosotros, su descendencia, escribamos nuestros versos, como los escribe la madrugada cuando se acaba la noche… Por algo no nos dejó su libertad, sino sus alas”.
Mami Mire, te recordaremos por siempre…
Abrazo fraterno en Cristo.