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Cuando llega la tarde

Entré a la casa de mis hermanas un poco cabizbajo y pensativo pues la idea de la soledad se reflejaba en el umbral de la puerta que comunica mi patio con el de aquellas.

Desde que se abrió esta comunicación entro y salgo varias veces al día y suelo inspeccionar el estado anímico de todos: los animales domésticos, las empleadas del servicio, mis hermanas y mi cuñado, ya vencido por los años y aquellas también, queriendo doblegar sus cuerpos y sus espíritus bajo el peso de los tiempos viejos. Parte de los tres Monitos que cantaba Escalona empiezan a recibir las sombras de la tarde…, pienso de inmediato al repasar uno a uno los rostros de mi pequeña familia, mi gran familia como expresaba con orgullo mi madre. 

En sus ojos ya se nota una tristeza escondida que, en sentido estricto, esta tristeza no la tomo como una causa de muerte, pero sí me asustan por las consecuencias que podrían producir. 

En todo momento por el bienestar de todos ellos espero milagros, pues siempre me asiste la fe y en mi vida he rezado muchas oraciones y soy un convencido que la salud no se consigue solo con la medicina, la mayoría de las veces se consigue a través de la paz y tranquilidad en el corazón, el espíritu y el alma y eso se nota en la mirada de paciencia y humildad que se refleja en cada uno de ellos. 

Ya con los años si nos damos la mano permanente con la nostalgia fácilmente caemos en la vejez, pues nos doblegarán los sentimientos de inmediato; eso es la vejez, la zalamera trampa que las emociones ponen al espíritu, acolitada por los años. 

Siempre he pensado que lo que nos resta de vida es lo que aún nos falta para morir, y pensando así las suposiciones estarán por encima de las incertidumbres y siempre, por lo tanto, no hay que desesperarse por correr riesgos. 

Les observo fijamente y no hago sino meditar profundamente y expresar en silencio: “¡No hay como la familia! Su ausencia se haría eterna cuando el afecto y cariño han existido”. 

La felicidad se encuentra con más facilidad en la modestia que en la presunción y eso es lo que noto en todos ellos: la felicidad por el amparo que reciben de sus hijos, hermanos, amigos, sí, de ese pequeño y poderoso grupo que se llama familia y por haber soportado una vida mezclada de necesidades y trabajo arduo de tanto convivir con la pobreza permanente, pues cuando la familia es pobre es casi imposible zafarse de este mal.

Con mucha maestría expresaba Rafael en sus inmortales vallenatos: “Son tres monitos que tiene en la sabana, son tres monitos que yo le conocí, ahora comprendo el porqué de la nostalgia que le atormenta el alma cuando viene de allí”, refiriéndose a mi padre y su familia.

Todos estos momentos cotidianos, que percibimos encadenados unos a otros cuando nos empieza a llegar la tarde, atormentan el alma, la tratan de vencer sin dar tregua y no le permiten la más mínima amnistía para realizar lo que siempre hemos querido realizar: tener la fortaleza suficiente para no temer a las sombras que nos produce la llegada de la tarde.

¡Qué sensaciones estas! ¡No solo me atormentan el alma, también sufro malestares terroríficos cuando reparo a mis amigos, sobre todo contemporáneos, y veo arrugas en sus rostros que de inmediato me hacen salir corriendo como loco despavorido a mi casa, a mirarme en el invento de las desgracias, el invento que no engaña: el espejo. 

Entonces, el uso de la conciencia no me permite alarmarme, me permite reflexionar con la premisa de la verdad entera y exclamo con un optimismo de agradecimiento con la vida: “¡Parece que nos llegó la tarde!”.

 De hoy en adelante continuaré viviendo la vida como siempre la he vivido: sin complejos ni mentiras y sin hacer daño a nadie por muchas ofensas que hubiere recibido.

Seguiré, entonces, tratando de ser una persona interesante, no porque albergue conocimientos profesionales u otros, sino por estar dispuesto a ayudar en cualquier momento y esgrimir la mejor arma que hay para defender a una persona o a una sociedad que no es más que respetar sus ideas.

Estaré, eso sí, siempre convencido que cuando le tiendo la mano a alguien estoy construyendo riquezas, no importa si el momento coincide cuando está llegando la tarde.

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Fausto Cotes: