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Cuando la tierra llama

Por: Donaldo Mendoza

El solar nativo, como la sangre, es una fuerza que atrae

    A Luz Marina García Monroy, In memoriam.

Diciembre es alegría, pero es más nostalgia para el ausente. En efecto, cuando se empieza a escuchar el jingle de Caracol Radio: “De Año nuevo y Navidad, Caracol por sus oyentes…”, una cascada de imágenes pretéritas acaricia el oído, y una alegría triste nos acompaña durante todo ese mes. Nostalgia es una breve amistad con Luz Marina, hace 46 años, interrumpida por el camino a la eternidad; ella, más que persona, era un ángel; había siempre un halo de luz en su conversación, y en ese estado de gracia hizo su tránsito celestial.   

    Otro personaje, ese sí un ser de este mundo, es Tóyber Arzuaga. El barrio Machiques despertaba en la madrugada con la carcajada parrandera de Tóyber. Y ¡ay de quién le llamara la atención! Llevaba siempre en el bolsillo de la camisa un versículo del Eclesiastés, que era su patente de corso: “Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios”.        

    El de Tóyber es un caso excepcional. Su nombre podría fungir de sinónimo para designar eso que identificamos como ‘patria chica’. Codazzi, el cálido municipio del Cesar equivaldría, pues, a Tóyber Arzuaga. En la otrora ‘ciudad blanca’ de Colombia, vivió hasta principios del setenta del siglo pasado. Hoy, los mayores aún conservan viva la memoria de ‘Los tres mosqueteros’: Luis Joaquín “Quin” Mendoza, Juancho Mejía y Tóyber Arzuaga. Ellos siempre tenían motivo para celebrar, entre risas y bromas, el amor y la amistad en la casa-quinta de Matildita Monroy, en compañía de Mónica (la mayor de las hermanas García), Ruchi Monroy, María Elena Lacouture, María Sierra, entre otras.

    Cuando la nostalgia les arruga el corazón se llaman, y entre lágrimas y risas evocan aquellos tiempos “que nunca volverán”. El destino desterró a Quin a Popayán y a Tóyber a Guadalajara de Buga. Por acá residen hace más de 50 años; Quin con un acento ya neutro, en tanto que Tóyber, como la bella durmiente del cuento infantil, sigue despertándose cada día con el acento cantado de su patria íntima. Y sale de tarde a la terraza de su casa a escuchar en radio las transmisiones de los partidos del Júnior. La última vez que viajé con Quin (mi hermano mayor) a Codazzi, buscamos a Juancho Mejía, sin suerte. “A este mosquetero se lo tragó la tierra”, comentó. “En su ironía, el destino volvió a hacernos vecinos a Tóyber y a mí, en Buga y Popayán”, susurró en soliloquio. 

    Hay dos ocasiones que ponen a prueba el amor por ese ardiente terruño: la fiesta patronal de la venerable Divina Pastora, en agosto, y la fiesta del Milagro, en septiembre; y fuera de Codazzi, Valledupar, en el marco del Festival de la Leyenda Vallenata. No hay nada en este mundo que logre detener a Tóyber: “Con plata o sin plata, empaco cuatro mudas de ropa en mis dos mochilas arhuacas, y me voy”. Ni la edad, que hoy frisa los 76 años, le ha podido disuadir de ese ritual sagrado. Pero, a pesar de la frecuencia, el regreso a Buga sigue siendo la imagen pura de la melancolía: “Me pongo mi guayabera, mi sombrero vueltiao, me calzo mis abarcas tres puntá y salgo de ‘El Pueblito’ con mis mochilas, a una hora en que nadie vea mi desamparada desdicha”.

    A Tóyber todavía le quedan muchas idas a Codazzi, lo he adivinado en el tono jovial de su voz, en reciente conversación. Espero haber cumplido con el propósito de este artículo: dejar testimonio de ese amor incondicional que siente Tóyber por Codazzi: “el pueblo más bonito del mundo, ¡nojoda!”.  

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