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Cuando la justicia se viste de arte

Mauricio Figueroa, un agente del CTI que conjuga sus labores judiciales con el arte.Leonardo Alvarado/EL PILÓN

Acostumbrado a mirarle los ojos a los más peligrosos delincuentes, a encontrarse de frente con la muerte o a un inédito acto de valentía y temple, un agente del Cuerpo Técnico de Investigación le saca provecho al arte.

El hombre de carácter fuerte y robusto, que no le tiembla el pulso para encarar y neutralizar al más temible de los bandidos, convierte su vida en un contraste de emociones y merodea sigilosamente en el mundo de las artesanías.

Se trata de Mauricio Figueroa. No es el reconocido actor de la televisión colombiana, sino aquel personaje que divaga en la sombra de un artista anónimo que conjuga su especialidad como investigador con el arte cultural y tallado con sus manos grandes y robustas.

Su vida divaga en un mundo de contrastes. Su agresividad y temperamento fuerte en medio de cualquier operación contra la delincuencia, desentona cuando toma un pincel para darle rienda suelta al artista que lleva por dentro.

Ese ímpetu jamás se desligará del hombre que por más de 24 años presta sus servicios como agente del CTI en Valledupar; en su tiempo libre, su mente diseña una metamorfosis entre pinceles, bisturís y taladros como herramientas primarias a la hora de poner en práctica sus cualidades como un artesano en detalle.

Su testimonio cae en un mundo de aciertos, pero también de divergencia por culpa enriquecedora del arte; es su esencia, su realidad escondida, plasmada en lo sutil y detallista en un hombre cargado de un carácter fuerte en su peligrosa labor de servidor público dotado de un arma de fuego.

En su vivienda tiene un sofisticado taller en el que pone en práctica su amor por el arte en madera y barro. Leonardo Alvarado/EL PILÓN

Fe de todos sus pergaminos de artista y sucumbido en un entorno cultural, Mauricio Figueroa vive rodeado de elementos recónditos y de antaño como queriendo rendirle tributo a épocas antiguas.

La entrada a su vivienda en un populoso sector de la capital del Cesar es una fachada autóctona y tradicional. Es un tributo a la historia porque allí exhibe elementos como radios, máquinas de escribir y de coser, planchas manuales, de aquellas que 90 años atrás fueron un adelanto tecnológico de la época.

A medida que la mirada elocuente de quienes lo visitan recorre su singular inmueble, aparecen herramientas típicas del contexto cultural en que se crió el hombre de 46 años. Un barril adornado con mariquitas, un mesón de madera de ocho puestos, taburetes pueblerinos, baúles de antaño y un sinnúmero de elementos de antaño, adornan la casa de Mauricio Figueroa, los cuales delatan a simple vista el querer convivir con un mundo mágico cerca de su realidad cultural.

Su temple y carácter como investigador judicial se reduce en entereza a la hora de ingresar a su espacio de trabajo. Se convierte en un hombre detallista, pasivo y curioso cuando toma un bisturí para transformar un pedazo de madera en una significante figura cultural.

“Cuando tenía cinco años de pertenecer a la Fiscalía General de la Nación me trasladaron para Popayán, allá es un ambiente más calmado y no hay ese ambiente de jolgorio como acá en Valledupar, me aburría fácilmente. Un día por la calle me encontré una guadua y de ahí saqué un portalápiz. Ese fue el punto de partida para conjugar mis labores profesionales con el arte en madera o barro, este oficio me desestreza”, dijo Mauricio Figueroa, quien recuerda que en su paso por Popayán, en época de Semana Santa, ganó muchos premios como reconocimiento a su innovación. Una captura en flagrancia a su tiempo libre.

“Siempre llevo la cultura vallenata en la mente, en lo que hago siempre utilizo el colbón y la madera para elaborar figuras en barro y decorarlas con pintura, la creatividad es lo más importante, nunca hago un diseño igual, las cosas no son difíciles, tienen dificultades que es diferente, la inspiración es por un momento y eso hay que aprovecharlo. Me duele cuando compran un detalle que realizo con mucho amor. Aprendí a diseñar y decorar balcones con tejas en barro, pirograbados en tableros de ajedrez para lo cual el fuego es importante, trencitos en madera, pesebres en guaduas, baúles, pilones en madera, todo es a mano”.

Los balcones son su especialidad. Mauricio Figueroa lleva 24 años en el CTI, 18 de ellos dedicados al arte.Leonardo Alvarado/EL PILÓN

En el interior del CTI, Mauricio Figueroa se desempeñó como coordinador de capturas y en la actualidad ocupa el cargo como jefe de la Unidad de Reacción Inmediata, URI; sin embargo, todo el entorno laboral que representa su delicada profesión, es amortiguada por una pasión sutil y detallista, esa que requiere paciencia y sobre todo tiempo. “Yo madrugo para dedicarle tiempo a este arte, siento que en las primeras horas del día fluye más a la hora de dedicarle tiempo a los diseños en madera, a esa hora siempre quiero hacer algo”, reconoció.

Disfruta cuando elabora un balcón, por eso su pasión por lo rudimentario siempre tendrá en su espacio en su agenda. “Un día mi compañero Sergio Medina, (asesinado cuando intentó frustrar un atraco en el barrio Ichawa de Valledupar) me pidió que le hiciera un balcón barranquillero, tuve que ir al Romelio Martínez para darme cuenta de la manera como lo diseñaban, vine e hice uno a mi manera, jamás he visto en Colombia un balcón como los que hago”, dijo.

Asegura que no vive del arte, pero algunas veces sus creaciones tienen una alta demanda. “Un balcón pueda que cueste entre 150 y 200 mil pesos, esto es una herencia de mi mamá que trabajó la lencería, hacía muchos peluches, mi hermano es tatuador, hace cuadros y le gusta la pintura, mientras que mi hija trabaja en la decoración de fiestas, entonces, nos movemos en un entorno en donde el arte nos toca en el día a día”, puntualizó.

Nibaldo Bustamante/EL PILÓN

Categories: Crónica
Tags: arteCTI
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