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Cuando hacer lo obvio es imposible

Los fallidos intentos para la unión de los candidatos a la alcaldía de Valledupar, evoca la obra de Johnny Pacheco, ‘Quítate tú pa’ ponerme yo’. En general, la canción celebra la confianza, la arrogancia y la disposición a presumir de sus talentos. El logro y el poder, son una de las motivaciones sociales básicas, eventualmente, el poder puede terminar en una adicción, no es mentira aquella frase de que el poder enferma, prueba de ello es el síndrome de Hibris (SH), un trastorno emocional que afecta a quienes ejercen el poder en cualquiera de sus formas.

Unirse para hacer la fuerza, evidentemente, implica desprenderse de la soberbia. Prescindir de ese sentimiento es imperativo porque evita que se nuble la inteligencia que reprime la decisión de renunciar a la ambición personal. Tener ambición es positivo para la adaptación del ser humano, pero se vuelve perjudicial cuando está mal definida y basada en el egoísmo y en el beneficio propio. 

Aunque extemporáneo es mejor unirse que atomizar el voto, esa disyuntiva solamente favorece al rival que al unísono pretenden derrotar. Tremenda paradoja ante la reiteración de algunos hechos en la política colombiana. Hemos visto rivales políticos ponerse de acuerdo para gobernar compartiendo el poder; no obstante, en Valledupar, los adversarios son vistos como enemigos mortales cuyas ideas o actuaciones los descalifican para cualquier rol en la política o el gobierno.

La posibilidad de cohabitar políticamente con personas o grupos que tienen una agenda similar y un propósito común termina diluyéndose o es equivalente al suicidio político, debido a que el actual proceso electoral no será el ultimo en presentarse. Para los siguientes procesos electorales cada actor político precisa mostrar sus guarismos electorales como llave que le permita mantenerse vigente, esa condición aceptable y comprensible es prioritaria y compensatoria, incluso ante la tristeza de la derrota.   

Cuando hacer lo obvio es imposible, muchas veces los estudiosos de la política terminan indagándose sobre: ¿Por qué las sociedades y sus gobiernos toleran pasivamente las malas ideas? ¿Por qué hay tantas políticas públicas obviamente fracasadas que resultan imposibles de erradicar? Estos interrogantes sucumben ante la fuerza de las estructuras, que inclusive ostentan un poder superior al voto. 

Los que se benefician de estas políticas son pocos, pero están bien organizados. Estas condiciones, han suscitado el asomo de fuertes bloques “antisistema” presentes con gran relevancia en todas las esquinas del mundo, en algunos casos constituyéndose en una seria alternativa de poder. 

Pero en estos tiempos el mundo nos depara sorpresas a diario, sobre todo, por la irrupción sin medida del populismo ambidiestro, esto no puede ser ignorado, aunque ese fenómeno sea consustancial a la democracia. 

El psiquiatra Jesús de la Gándara utilizó una palabra para aludir a una virtud que deberían poseer los políticos: “Inelegancia”, derivada de la unión de inteligencia y elegancia. “Inteligencia entendida como la facultad de leer hacia dentro de uno mismo, de pensar, reflexionar y comprender lo que hemos percibido del exterior. Y elegancia como la capacidad de saber elegir lo más correcto en cada momento”. Resalta el doctor de la Gándara: “Los buenos políticos serían aquellos que son inteligentes y elegantes. Es decir, quienes saben decidir adecuadamente en cualquier momento lo mejor en beneficio para la sociedad“. 

Las nuevas generaciones de dirigentes políticos en Valledupar han sido inconsecuentes con las demandas del territorio, han creído erróneamente que administran la ciudad de casitas de bahareque renombrada en nuestra expresión oral y no un sistema en constante evolución. Ese paradigma debe romperlo el alcalde elegido el próximo 29 de octubre. Está enrutado.  

Por Luis Elquis Díaz.

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