Uno no sabe qué es lo peor para las sociedades, si un vulgar ladrón que se ampara en un gobierno impuro y se arropa con el manto de la impunidad en los entes de control o pretender engañar a toda una nación.
He aquí dos casos que por su misma inconsistencia son el ejemplo del desbarajuste al que están sometidos los colombianos frente a unos administradores del Estado que mancillan, que miran por encima del hombro y someten con caprichos y rabietas. Son el alimento de un mal que ya tiene en peligro inminente nuestra democracia.
El analista y escritor chileno Fernando Mires, lo concreta cuando habla de “La crisis del Estado político”. Afirma: “Es innegable que las expectativas respecto a un mejoramiento radical de las condiciones de vida deben dirigirse, en primer lugar, al Estado; muchos ciudadanos esperan, y con razón, que las instituciones públicas atiendan sus demandas. Para muchos ciudadanos, el Estado es una especie de ‘súper empresario’; junto al voto van ligadas múltiples esperanzas que nunca ningún gobierno logrará atender en su totalidad”.
Remata su sentencia al concluir que los gobernantes son víctimas de sus propias promesas electorales y de la sobrevaloración de los mecanismos políticos en la gestión económica. Y se apresura a creer que: “En estas condiciones, la hora del desencanto con la política no tarda en llegar”.
También dice que “son muy pocos los gobernantes latinoamericanos que logran conservar su nivel de popularidad en un plazo superior a tres años. Ese desencanto puede traducirse no solo en una crisis política, sino, lo que es mucho peor, en una crisis de la política. Si ese momento ha llegado, no tardarán en darse a conocer los caudillos encendidos y los militares mesiánicos, o ambos a la vez”.
Hace 12 años, Fernando Mires dijo lo que hoy ocurre en Colombia, porque el Estado está en manos equivocadas. La corrupción, la politiquería y el nepotismo familiar se han ensañado en el país con apellidos como Deluque, Gnecco, Aguilar, Char, Samper, Santos, Valencia, Galán, López, Araujo, Lleras, entre otros, quienes son los mismos que se imponen en una impura democracia como la de Venezuela.
En el Cesar ocurre algo semejante, la sociedad cesarense está perpleja por la decisión del gobernador encargado Andrés Meza Araujo de apurar la aceptación de renuncia del secretario de salud, Hernán Baquero, en momento en que atraviesa una pandemia. Dicha dimisión se pudo esperar, porque Baquero había renunciado hace un año cuando le pidieron la renuncia.
En su reemplazo fue designada Erika Maestre, quien es señalada de ser la mano derecha de la mamá de Monsalvo.
Miembros de veedurías, empleados y dirigentes médicos y ciudadanos están contrariados con la decisión del gobernador encargado, al considerar que se atrasan los procesos que se venían desarrollando en la entidad, como el de la vacunación contra el covid-19, esquemas de vacunación para los infantes, enfermedades como la malaria, tuberculosis, lepra y muertes maternas, etc.
Es decir, todos los programas de prevención quedan sin un direccionamiento por el cambio brusco en la Secretaría. “¿Para qué esperar este momento tan crucial?”, preguntó una empleada.
Lo otro es que, un presidente como Duque prefiere morir en su lealtad con su ministra Karen Abudinen, quien tiene embolatados $70 mil milloncitos que eran para conectar a Internet a millones de niños colombianos. Incluso, varios congresistas le dijeron corrupta e inepta en su propia cara.
Pero Duque está como si nada estuviera pasando, como si en vez de alimañas lo que se está cocinando en el Estado fuera manjares de los mejores. Hasta la próxima semana.
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