Cuando ayer se registraba la demolición de la zona conocida como el Bronx en la ciudad de Bogotá, sitio donde se cometieron las más grandes atrocidades que genera la comercialización y consumo de drogas, incluyendo muertes por medio de torturas, recordamos que en Valledupar también hay lugares que se asemejan al Bronx.
El pasado 25 de julio este Diario publicó un Tema del Día titulado ‘Los campaneros de La Macarena’, que trataba de la labor que hacen niños y niñas de esta zona de Valledupar, ubicada en la margen derecha del río Guatapurí, para ayudar a los dueños del negocio del microtráfico.
‘Los campaneros’ son pequeños grupos de menores de edad que se ubican en las esquinas pendientes de avisar cuando llega la Policía o personas extrañas al sector, corren la voz y enseguida los ‘dueños’ del territorio desaparecen por arte de magia si se trata de las autoridades o asechan al visitante para hurtarle lo que se lleve.
Pero no solo en esta zona de la capital vallenata se registra esta situación, existen otras zonas en barrios donde se han ido formando pequeños Bronx, que hoy tienen en jaque a los ciudadanos que cada día ven más reducidos los espacios para su movilidad y esparcimiento.
Así como el alcalde bogotano Enrique Peñalosa activó la máquina retroexcavadora que inició la demolición del Bronx, la olla más grande del país y que se convirtió, por años, en un verdadero epicentro del crimen, debería ocurrir algo parecido en Valledupar.
En abril del año 2014, el presidente Juan Manuel Santos tomó varias decisiones para combatir la delincuencia relacionada con el tráfico y distribución de drogas, entre ellas la de derrumbar las estructuras físicas en las que operan las denominadas “ollas” de drogas ilícitas y ‘monetizar’ las propiedades provenientes de dineros del narcotráfico que se logren incautar en los operativos.
En Valledupar no pasaron de dos casas las demolidas. Hoy hay que registrar con preocupación que han crecido esos sitios donde se expenden drogas, que los niños pasan de manera fácil de campaneros a delincuentes, pues ese es el camino para ser reclutados por las bandas criminales, que de esas zonas salen por toda la ciudad a cometer delitos, y que la institucionalidad parece congelada en el tiempo.
Después del 25 de julio, a excepción del trabajo que hace la Policía en la zona, no se ha conocido una acción que busque solucionar o por lo menos atender a los niños ‘campaneros’.