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Croniquilla: Tres pioneros de los Derechos Humanos.

Corría el año cristiano de 1511. En la isla caribe La Española (Haití y Santo Domingo), desde un púlpito en una iglesita de paja, fray Antonio de Montesinos, en vísperas de Navidad, dio su primera prédica dura contra el maltrato y el inmoral comercio de indios esclavizados.

Presentes en tal misa estaba don Diego Colón, segundo Almirante y Gobernador de allí, con oficiales de alto rango y con letrados funcionarios civiles. Con esa prédica, en aquel recóndito curato, se da principio a la larga conquista por la justicia social en América.

Borrado de nuestros registros históricos, este levita, retraído y taciturno acabó por dictar sentencia con pena de excomunión para los colonos que continuaran con tratos crueles y la esclavización de los nativos. Tal acto de censura tuvo el pleno respaldo de su comunidad dominica. Un durísimo precio pagaría por eso cuando le recayeron las amenazas, acosos y vejámenes que padeció hasta el final de sus días.

Nunca ahítos de sangre y robo, los colonos españoles contrarios a la prohibición de este cura, enviaron a la Corte al franciscano Alonso de Espinel para sustentar allá los motivos, que, según ellos, justificaban la esclavitud. Los dominicos enviaron a Montesinos para el gran debate que en torno a este espinoso asunto se abriría en Burgos. España se divide entonces en dos tendencias: los colonialistas y los indigenistas. Los primeros abogaban por “la guerra justa”, remedo de la “guerra santa” de los musulmanes, con el argumento perverso de que “los indios no tenían alma” y como tal eran bestias incapaces de raciocinio, lo que hacía legítima su esclavitud.

De esa controversia que ocupó a teólogos y humanistas en las universidades de allá, nació la Encomienda, institución que daba una gran porción de tierra en América a un español conjuntamente con los indios que habitaban en ella, a condición de su evangelización y enseñanzas del credo católico. Esto degeneró en la peor de las servidumbres.

Dos décadas después el papa Pablo III mediante la bula Sublimis Deus reconoció la libertad de los indios como criaturas dotadas de razón.

En la porfía de entonces se hizo presente Bartolomé de Las Casas, un soldado de antes y después tonsurado religioso dominico, quien sería obispo de Chiapas en tierra azteca. Cruzó varias veces el océano para pedir a la Corte el cese al desmán asolador de conquistadores y colonos.

Su opositor fue Juan Ginés de Sepúlveda, hombre de erudición ciceroniana, quién en un libro titulado Democrates Secundus, con argumentos entresacados de la Biblia y de viejos manuscritos griegos y latinos, justificaba la esclavitud. En su bando estaba el alto clero, los nobles y los burgueses. Las Casas en su réplica escrita, Argumentum Apoligiae pujaba por prohibir el esclavismo, con la simpatía de los clérigos de pueblos y los estudiantes de las universidades de la época. Del resultado de aquella confrontación en España, salieron nuevas leyes proteccionistas del indígena, vértebras del Derecho Indiano, más humanizado y justo con las realidades el indio americano.

Un siglo después aparece la figura de un catalán con el hábito de los jesuitas en Cartagena de Indias. Su juramento de voto religioso fue el de “Pedro Claver, el esclavo de los negros para siempre”. Su obra fue la solidaridad de cada día en las barriadas de los indigentes, en los lazaretos de leprosos, en el mercado de esclavos cuando llegaban los buques negreros de África con sus bodegas hartas de miseria y vergüenza humana. Su misión fue la de un diario apostolado de ardorosa entrega.

Si existiera el culto a los bienhechores de la humanidad, la religión positivista propuesta por Augusto Comte, de cierto que Montesinos, Las Casas y Pedro Claver fueran héroes y santos.
Porque es lo mismo: La santidad es la más alta categoría del heroísmo.

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Rodolfo Ortega Montero: