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Croniquilla. El presidente Melo

Los primeros asomos del sol caían como una lluvia de arenilla dorada entre las ramazones de los tamarindos cuando llevaban al cautivo hacia el sitio del fusilamiento. El antepecho de su casaca militar estaba roto por el filo de un sable y con parches de sangre coagulada por una herida no atendida, porque así lo había prohibido Juan Ortega, un general mejicano que combatía a favor de Maximiliano de Austria, aquel emperador que se inventaron los franceses para que fuera soberano de la patria azteca.

El nombre del sentenciado era José María Melo, tolimense, que una vez se sentó en el solio de los presidentes de Colombia. Nacía su historia en 1800, en una cabaña de Chaparral. Con brío de juventud se fue a la aventura de las revueltas patriotas. Sus charreteras de General las ganó entre el humo de la pólvora y el brillo de los machetes de las montoneras en Pichincha, Junín y Ayacucho.

Adicto a Bolívar, fue desterrado por los santanderistas cuando aquél abrumado de nostalgias y de tuberculosis, viajó a morir a la costa Caribe. Su vida de aventuras lo llevó a Bremen, la ciudad alemana de la Baja Sajonia, donde se embelesa por la doctrina socialista, nuevo credo político de moda por la Europa de entonces. Cuando en 1848 regresa al país, su compañero de armas y hermano masón, José María Obando, gobernaba, quien lo puso al mando del ejército de Cundinamarca. Por esa época los capitalinos vieron las marchas de nuestra tropa criolla con los atavíos de los húsares prusianos. Para aquellas calendas los liberales granadinos estaban alineados entre “gólgotas o cachacos” o gente de guante y levita, y los “draconianos o guaches” compuesta por el pueblo raso. Los gólgotas pujaban por el librecambio en el comercio exterior.

Los draconianos porfiaban por un proteccionismo que librara de una competencia ruinosa a sus talleres de artesanías. Melo, decididamente draconiano, favorecía la creación de las Sociedades Democráticas de obreros, antiesclavistas y gente del común para pedir más garantías ciudadanas.

Para aquellos momentos el Gobierno no tenía gobernabilidad con un Congreso y muchos gobernantes de provincia en oposición. El día 16 de abril, Melo y el Presidente dialogan en palacio hasta la media noche. En la madrugada retumbó el cañón anunciando el golpe de cuartel por el cual Melo derrocaba al mandatario, al parecer con su consentimiento por la pasividad con que éste asumió los hechos. Se dijo entonces que Melo eludía así la justicia porque una madrugada, antes del golpe de cuartel, había sorprendido al cabo Ramón Quiroz de madrugada en una calle bogotana, desobedeciendo una orden de acuartelamiento. De una represión severa se pasó a un altercado armado de donde resultó muerto el cabo de una estocada.

Siete meses que duró el gobierno de Melo, no le alcanzaron para sus planes de beneficio proletario. Tres generales llamados “los constitucionalistas”, Herrán, López y Mosquera, se vinieron con gente armada sobre la Capital. Se combate casa por casa hasta cuando los melistas sacaron bandera blanca. Desterrado Melo, fue a México a ofrecerle su espada al ungido presidente de allá, Benito Juárez, quien estaba acosado por un ejército francés y algunos conservadores mejicanos que anhelaban el imperio de castas que proponía Maximiliano, el usurpador.

Melo con poca tropa es atacado por el general Juan Ortega, al servicio del usurpador, una noche en la hacienda de Juanancá, Chiapas. Herido, es hecho cautivo y allí mismo condenado al cadalso sin proceso alguno. Como último deseo el prisionero pide la gracia de mandar al pelotón que lo fusilaría, pero Ortega le negó ese honor por ser “un indio y masón como Juárez” según dicen que dijo.

Erguido en su desgracia, con el sol de la mañana, su pelo rebelde y el pecho amplio semejaba un tótem de piedra que acusaba su ancestro pijao, la tribu que en los tiempos coloniales no aceptó la humillación de la conquista. En la capilla de esa hacienda yacen los restos de nuestro único mandatario de estirpe indígena, que espera ser repatriado a su suelo natal, aunque aquí nunca lo quisieron, pero allá es venerado como uno de los héroes de la gran patria mejicana.

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Rodolfo Ortega Montero: