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Croniquilla: El muro de la humillación1q

Las murallas fueron construcciones hechas con el fin de delimitar un territorio de otro en la protección de un peligro externo y también para afianzar un dominio militar. En el primer caso de protección lo que se pretendía era contener las invasiones guerreras y el control sanitario, aduanero y de inmigración.

En los siglos VII y IV a d.C., los principados chinos construyeron muros defensivos en sus fronteras para protegerse de los hunos y mongoles, tribus nómadas del norte de China. Después de la unificación de ese país, en el siglo III a d.C., Qin Shi Huang, primer emperador de la dinastía Qin, unió los muros aislados existentes convirtiéndolos en la Gran Muralla de los Diez Mil Li. Los emperadores posteriores reconstruyeron sus torreones y almenas en una extensión de 6.700 Kilómetros. Si se levantara un muro de un metro de ancho y cinco metros de alto con los ladrillos y piedras de la Gran Muralla, ella daría más de una vuelta al mundo.

El muro o muralla de Adriano era una construcción defensiva en Gran Bretaña, levantada entre los años 122 y 123 d.C., por orden de ese emperador romano, para proteger el territorio sur de la belicosa tribu de los pictos del norte, en lo que llegaría a ser mar tarde Escocia, tras la invasión de los escotos, provenientes de Irlanda. Este muro marcaba la frontera del imperio romano. La muralla de Antonio Pio, otro emperador romano, fue levantada más al norte y abandonada tras un breve periodo de hostilidades con las tribus caledonias, volviendo a ser la muralla de Adriano el límite septentrional del territorio romano de Britania.

En la Edad Media, el jurista Bartolo Saxoferrato propuso un área restringida de cien millas náuticas en las ciudades costeras de la península itálica para controlar la llegada de personas y mercaderías que pudieren expandir las grandes pestes asiáticas que asolaban en aquel entonces al mundo conocido.

También en esta época aparece en Europa el título de “marqués” que se le daba al militar que defendía la “marca” o sea la frontera del reino. Los castillos y las ciudades amuralladas se levantaron también, cuyo origen fueron los “castrum”, que eran edificaciones perimetrales defensivas de las legiones o tropas de los antiguos romanos, de donde deviene, por cierto, el apellido hispano Castro, muy conocido en nuestra región de Upar.

En América, durante el periodo colonial, los puertos del Caribe fueron amurallados para evitar los asaltos de los piratas y de los ingleses, como La Habana, Portobelo y Cartagena de Indias. En África, las tribus rodeaban con estacadas sus aldeas, así como los fuertes militares norteamericanos en la conquista del territorio de los pieles rojas.

En cuanto al “muro de Berlín”, después de la segunda confrontación mundial, los aliados se repartieron esa capital alemana. Cuando se inició la guerra fría entre U.S.A y la URSS, los soviéticos tiraron alambradas y luego instalaron en el muro torretas de vigilancia, minas y nidos de ametralladoras, por más de 120 kilómetros. Se calcula que 5.000 alemanes lograron evadirse del lado soviético para Berlín Occidental, un número similar fue capturado en el intento del escape y 194 murieron en ese afán. El derrumbe del mundo socialista hizo que una rebelión popular derribara el muro el 9 de noviembre de 1986, lo que se entendió como la caída del mayor símbolo de la guerra fría en esos años claves de la historia del siglo XX.

Ahora está vigente la intención de Mr. Trump de hacer un muro en la frontera mejicana para atajar a los inmigrantes, sin reparar que U.S.A es un país repoblado por quienes llegaron de todo el mundo en los últimos 500 años (entre ellos su padre, su madre y dos de sus esposas) pues sólo los pocos núcleos de pieles rojas que escaparon del genocidio del colono blanco, son los verdaderos americanos.

Con la sofisticada tecnología de U.S.A, que hasta espía a sus mismos aliados y explora al cosmos con sus aparatos y satélites, es muy fácil ejercer un control en sus fronteras, sin la grosería de un muro que pregona un anacronismo prepotente y que humilla a los pueblos del tercer mundo.

Por Rodolfo Ortega Montero

 

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