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Croniquilla: Martín Cotes, el pirata

Algunos autores que dilucidan sobre estos temas, discuten si Martín Cotes fue un pirata o un corsario. Los que opinan esto último traen el argumento que Cotes era de cuna noble en Francia, que no actuaba en sus actos de pillaje por su cuenta y riesgo, sino protegido y autorizado por el rey Francisco I, monarca de aquél país. Otros creen que fue un pirata y que su jefe era él mismo, que sus raponazos no buscaban el propósito político de debilitar a España económicamente en beneficio de Francia, sino hartarse de robo en propio beneficio de los navíos que apresaba, y de los puertos caribes que caían en sus asaltos.

En todo caso haremos esta nota describiendo la famosa incursión que este personaje hizo sobre las costas nuestras, en especial sobre Santa Marta y Cartagena, puertos que tomó a sacó en 1559.

Once años antes de esa hazaña lo había hecho el pirata Baal, por lo que no estaban desprotegidas las defensas de todos los puertos, sino que algunas defensas y parapetos se habían construido, mas no lo suficiente para repelar por la fuerza estas actos vandálicos de raterías.

Cuando los buques de Cotes se presentaron frente a Santa Marta, a su defensa también acudieron unos indios de Bonda (una parcialidad de las taironas) aliados a los avecindados de allí, para enfrentar a siete navíos de guerra y más de quinientos asaltantes que disparaban sus arcabuces, culebrinas, pedreros y bombardas. El saqueo fue inevitable y el incendio de una parte de la población.

Esto se repetiría cien años más tarde en 1655, cuando los piratas franceses Guillermo Gauzon (Gozón decían los españoles) y Juan Cuchillo se tomaron la ciudad, la robaron y quemaron sus templos. Otros depredadores del mar lo harían antes como Walter Ralight (que los españoles pronunciaban como Guatarrial); Francis Drake (o el Draque como se conocía en los puertos) que también saquearon a Riohacha; el temido Cristóbal Cordello en 1586; Coz y Duncan, dos piratas asociados; Pedro Cuerno en 1701 quien robó a Riohacha; el holandés Adrían Juanes Patercon, entre otros.

Quizás por eso, muchos apellidos registrados en los libros bautismales de Santa Marta desaparecieron, pues tales familias prefirieron emigrar hacía sitios seguros como Ocaña, Mompox y Pamplona para evitar la rapiña de los bandoleros del mar.

Volviendo a Martín Cotes, después de su asalto a Santa Marta donde hundió los botes y balandras que allí encontró, rápido desplegó velas hacía Cartagena de Indias, acompañado de otro facineroso que los españoles indicaron como Jean Bautemps (o Juan Buentiempo).

La ciudad carecía de baluartes apropiados para la defensa, tan sólo había la llamada Fortaleza y una “fuerza” en la Punta de Icacos, más una milicia mal armada y con pocos hombres. Su Gobernador, don Juan de Bustos, ayudando por los indios flecheros del cacique Meridalo, señor de la Isla de Carex (Tierrabomba), levantó trincheras, sembró de púas envenenadas los presuntos puntos de desembarco. Cotes después de varios cargas sangrientas de arcabuces con más de 500 hombres según los cronistas, dominó la ciudad. Cuando se retiró al mar se llevó un regular botín además del rescate que pagaron los avecindados, cada cual según el valor de su casa, trato a que llegó el obispo Juan de Simancas para evitar el incendio de la ciudad.

Sobre Martín Cotes existe la versión que nunca volvió a Francia, y muerto ya fue sepultado en un cementerio católico en un lugar no precisado de la costa Caribe, donde un cura lo hizo desenterrar para tirarlo al mar. Según otra conjetura, repartió el botín de sus asaltos entre sus hombres y resolvió disolver su banda de piratas, quedándose con un buque que terminó carcomido por la broma (sedimentos marinos que se pegaban como cascotes a la madera de los barcos), y después de deambular por algunos rumbos sin pisar playa, se refugió por siempre en la Sierra de la Macuira, en el desierto guajiro, donde como un patriarca de la Biblia tuvo ochenta y siete hijos con las indias del lugar. No sé si los que tenemos una gota de sangre Cotes, provengamos de ese anudado contubernio.

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Rodolfo Ortega Montero: