Cuando la única sabiduría para ser presidente de Colombia era dominar los vericuetos del idioma (la Constitución Nacional nunca ha exigido que los candidatos siquiera sepan leer y escribir) se puso en moda eso de los presidentes gramáticos que producían versos y prosas literarias. Como una segunda Patria Boba nos hinchaba el pecho cuando decían que Bogotá era la Atenas suramericana.
Uno de esos personajes fue José Manuel Marroquín. Escuela de gramática y setenta años tenía cuando su Partido Conservador lo nominó vicepresidente de Sanclemente para el sexenio 1898 – 1904.
Por asuntos de mala salud el presidente Sanclemente se fue a Villeta con la mitad del gabinete, y en Bogotá quedó Marroquín quien falsificó un sello de caucho con la firma de aquél para hacer nombramientos y contratos a su gusto. No contento con esto, dio el golpe de Estado, pasada la Guerra de los Mil Días en la cual su gobierno había destrozado a los liberales insurrectos en la espantosa batalla de Palonegro.
Dueño del poder total, destierra, confisca y fusila a sus enemigos políticos. El desbarajuste administrativo, el nepotismo, la corrupción y la impresión de papel moneda sin respaldo, llevan al país, ya arrasado por la pasada guerra, al caos total. Para el colmo de males los Estados Unidos, aprovechando la penuria de nuestro país, propició la separación de Panamá con el respaldo de sus buques de guerra al pairo en los mares del Istmo. Ante tal desastre, amigos y enemigos del Presidente, como su copartidario Pedro Nel Ospina, quien había sido expulsado del país por aquél, se presentó a Palacio a ofrecer sus servicios de militar, y al entrar en el caserón por corredores vacíos, topó al gobernante que en aquellas horas de dolorosa angustia leía una novela de Bauget, exclamando al reconocer al llegado: “¡Oh Pedro Nel!. No hay mal que por bien no venga. Se nos ha separado Panamá pero tengo el gusto de volverte a ver en esta casa”. O cuando dijo a quienes le motejaban su pasividad frente al robo del Istmo: “De qué se quejan, si me han entregado una patria y devuelvo dos”.
Para ese tiempo se derrumbó un ala del Palacio de San Carlos. Con maliciosa intención los poetas bohemios de la Gruta Simbólica hicieron una encuesta para que los ciudadanos expresaran la causa del colapso. Eduardo Echevarría plasmó su opinión así: “Fraguan en aquel lugar / tanta perfidia a destajo / que cansada de esperar / las tejas, sin vacilar / prefieren venirse abajo”.
Alguien con el seudónimo de Loren, pues los destierros se imponían sin mucho miramiento, escribió: “Con la paciencia ya escasa / dispuso el Poder Divino / para quitarle el destino / desentejarle la casa / porque es muy mal inquilino”.
Julio Flórez, liberal hasta el sombrero y la cinta, fustiga al saliente Jefe de la Policía, el tenebroso Arístides Fernández, así: “Si al fin cayó la pantera / que amamantó el mandatario / ¿qué tiene de extraordinario / que caiga la madriguera?”.
Por: Rodolfo Ortega Montero