Rafael Pombo, el poeta de los niños, es conocido por los versos que ocupaban la imaginación infantil como Simón el Bobito, El Renacuajo Paseador, El Gato Bandido, Mirringo y Mirringa, etc., en los cuales vertía candor e inocencia, pero en el trasegar de su vida política se hace cáustico, virulento, en su poesía partidista, porque en él ardió quemante el odio de un fanático. Godo racamandaka, como alguno lo llamó, era conservador azul de metileno. En su época hubo la guerra civil entre liberales “parristas” (que cerraron filas en defensa del presidente Aquileo Parra) y los conservadores en rebeldía contra el Gobierno. En el encuentro armado de Garrapata, en la llanura tolimense, con resultado indeciso, hubo una matanza grande en que sacaron provecho los zopilotes que devoraron 1.700 cadáveres entre hombres y monturas que tendidos quedaron recalentados por el sol en un ambiente de podredumbre. Sin embargo del resultado impreciso, el poeta lo catalogó como un rotundo triunfo azul. Con motivo de ella, escribió: “No me llamen desertor / que me voy con mi bandera / que no es la roja del diablo / sino la azul conservera / Soldadito a dónde vas? / con mi bandera contento / la roja nos lleva al diablo / la azul como azul al cielo /. Acúsome padre mío / que mate a gente tan mala / écheme la absolución / que me voy a echarles bala.”
Coronado don Rafael Pombo como primer poeta en una apoteósica ceremonia cumplida en el Teatro Colón, en Bogotá, el liberalismo, pese a su exultante godismo, lo rodeó con simpatía y benevolencia. Después el poeta mostró su contrición en el soneto “De Noche”, por su virulencia antiliberal.
Otro poeta, sobrino del anterior, José Jorge Pombo. Liberal de “tuerca y tornillo,” estuvo por las contiendas civiles en batallas y escaramuzas contra los gobiernos conservadores, por lo cual el régimen de los azules lo encalabozaba a cada rato. Enquistado opositor al gobierno de Marroquín, el golpista, las entradas y salidas de la cárcel El Panóptico (donde hoy es el Museo Nacional) lo hizo popular entre los presidiarios de allí. En una de aquellas salidas iba con su colchón al hombro entre una doble fila de presos que le hacían calle de honor. Como alguno de ellos le reclamó un recuerdo, don Jorge Pombo le contestó: “Al salir de esta prisión / de la cual soy cliente viejo / a todos ustedes dejo / pedazos de mi colchón.
Como anécdota simpática se cuenta que siendo amigo personal del presidente y general Rafael Reyes, no obstante que combatía su dictadura con su ingenio, le tocó interceder ante él a favor de un muchacho, hijo de una sirvienta de su casa que había sido reclutado para el servicio militar. Reyes accedió a la petición de la liberación del reclutado y llamando a un oficial, le dijo al poeta que dictara la orden. Pombo con corrosiva picardía, le respondió: “Es preferible que la dicte usted General, porque es mejor dictador que yo.”
Enrique Santos (Calibán) citado por Fabio Peñarete en su obra “Así fue la Gruta Simbólica,” relata que en un lugar llamado Alto de la Cruz, en la Guerra de los Mil Días, hubo un reñido combate. Los contingentes conservadores iban acompañados de un cura jesuita como capellán, que atendía a bien morir a los agonizantes y a dar valor a los soldados como partidario decidido de su bandera azul. En tal combate el cura cayó herido de muerte de un tiro en la cabeza, lo que llevó a Jorge Pombo, el poeta liberal, a escribir: “De un balazo en el testuz / y en entre las godas legiones / murió un hijo de Jesús / como él, murió en la cruz / y también entre ladrones.”
Falleció Jorge Pombo en Bogotá, el 15 de mayo de 1912, víctima de una pulmonía contraída por una llovizna que caía en el cementerio en momentos en que la multitud escuchaba los panegíricos del entierro, en boca de varios oradores, en honor a su fallecido tío Rafael Pombo, diez días antes.
En el momento final del poeta Jorge Pombo, monseñor Carrasquilla le exhortó a orar. Al punto, el moribundo, de quien se creía que era incrédulo, accedió diciendo que recitaría los versos de su madre a la Virgen de los Dolores: “En prenda de mi fe y en tu alabanza / Virgen de los Dolores te presento / esta humilde oración que a más no alcanza / pese a mi voluntad y entendimiento…”
Su voz se fue apagando en un débil susurro, hasta que llegó el instante supremo.