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Croniquilla. Benkos el rey de los cimarrones.

Nace esta historia en la Plaza de Negros, en una subasta de esclavos de una cargazón que había llegado a Cartagena de Indias en los navíos portugueses de Pedro Gómez Reynel, allá por el año de 1621.

El capitán de milicias Alonso de Campos los adquiría para dedicarlos a oficios de minas, vaquerías, hechura de caminos y menesteres en casas de señorío. El tal capitán, compró a un negro joven, de apariencia fuerte y nudosa de casta bántú con el nombre africano de Benkos, luego bautizado como Domingo Biohó. Poco duró como esclavo porque seguido de otros negros bajó la muralla con ayuda de una cuerda una noche de lluvia en que los centinelas no salieron de sus garitas de vigilancia. Luego fue sorprendido entre unos acantilados de la playa cuando buceaba ostrones para alimentarse. Entonces lo condenaron a remar como galeote en un valero por el Caribe. Pero un día, otro español, Juan Gómez, llevado de los embustes de ese esclavo charlatán, lo compró y lo destinó como su paje.

También se fugó con Wiwa, otra esclava que sería su pareja, más algunos negros de naciones distintas como bambaras, lucumíes, landumas, biáfaras, minas y carabalíes. Se supo entonces por lo que decían los negros de la ciudad, que Benkos o Biohó, era hijo de un reyezuelo de aldea allá en África, la cual fue asaltada por los portugueses, para vender a los capturados en los mercados negreros del Caribe. Por esa condición de príncipe, era respetado por los demás esclavos.

Pronto la tranquilidad es rota a muchas leguas a la redonda. Los fugados se amparaban en lo profundo de los montes donde hacían palizadas dentro de las cuales construían sus bohíos llamados palenques. Así nació el Palenque de San Basilio.

La huida de esclavos se hizo constante en pos de Benkos cuyos escuadrones asaltaban haciendas, correos y caminos en un espacio que cubría las regiones de Tenerife, Mompos, Valle de Euparí, Tolú y Cartagena, lugares donde ya reinaba el terror.

Se hablaba de cuadrillas palenqueras que marchaban para tomarse los pueblos y hasta se dijo haber visto a muchísimas canoas repletas de negros que confluían hacía Barú y Tolú. Una noticia de Panamá decía que Alonso Sotomayor, Gobernador de allá, había masacrado a todos los negros esclavos de su distrito para evitar la catástrofe de una rebelión masiva. Las milicias del Rey que iban a los montes a desbaratar palenques y a capturar los fugitivos, son emboscadas y derrotadas siempre por el filo de las rulas cimarronas. En una de aquellas refriegas es herido y capturado por los rebeldes Alonso de Campos, quien es recluido en el palenque con vigilancia de vista.
Aquiles Escalante en su obra El Negro en Colombia, citando a Mogollón nos relata: “Cuenta la tradición que allí encontró a la princesa Orika, hija de Benkos Biohó, con quien había tenido relaciones en Cartagena cuando su madre la reina Wiwa y el príncipe Sando, su hermano, habían sido sus esclavos. El encuentro vivificó las viejas relaciones; la reina Wiwa y la princesa Orika cuidaban al herido. Una noche la princesa Orika se le presentó al capitán Campos y por su cuenta le facilitó la fuga, pero un tiro de arcabúz del centinela le acabó la vida al fugitivo; la princesa Orika fue condenada a muerte sin que su padre lo impidiera.

Ante el fracaso de las milicias del Rey en las gestiones armadas para derrotar a los cimarrones, Diego Fernández, el nuevo Gobernador, cambia el guerrerismo por maneras persuasivas. Para ello los amos de esclavos cimarroneados tuvieron que resignarse a su pérdida definitiva, así como permitir que Benkos vistiera a la española con uso de espada pero sin el título de “Rey de Arcabuco”, pues con ello se lesionaba la soberanía del monarca español.

En una nueva insurrección Benkos fue aprisionado y ahorcado, pero la liberación del palenque fue un hecho definitivo.

Así, con los tajos de sus machetes los abuelos de azabache pagaron su tributo de sangre a los dioses e la libertad, siendo los primeros en América en quebrar por las armas ese destino de pavorosa servidumbre que mandaban las leyes de nuestra cristianísima España.

Por Rodolfo Ortega Montero

 

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