Algunos hechos de valentía hicieron eco durante las trifulcas armadas en nuestras guerras civiles en el convulsionado siglo XIX.
Por ejemplo, los cienagueros fueron gentes bien dispuestas para las revueltas armadas porque eran levantiscos y muy apasionados con eso del fragor político. No así los pueblos vallenatos que no tuvieron mayor figuración en las cargas a machete, ni como fusileros, ni como nada. Sin embargo, remarcamos dos hechos de arrojo suicida del Negro Zuleta (tío de Anibal Martínez Zuleta) en la contienda civil más sangrienta de nuestra historia conocida como la Guerra de los Mil Días.
Resalta en su obra biográfica, sobre el general Uribe Uribe, mi profesor de la Universidad Nacional, el doctor Eduardo Santa, sobre este vallenato que en dos ocasiones salvó de un desastre inminente a los ejércitos liberales de la Revolución que batallaban contra las tropas del gobierno que presidía el gramático y golpista José Manuel Marroquín. El primer evento sucedió en la provincia de Cúcuta entre unos cerrejones que bordean el río Peralonzo. Allí las tropas rojas estaban rodeadas por el ejército gobiernista desde hacía días, y solo quedaba una posible vía de escape por el puente llamado de Lajas, pero en la orilla contraria fuertes destacamentos de enemigos custodiaban la cabecera del mismo. Había un desaliento entre los de la bandera roja que presagiaba una derrota, pues el jefe supremo de ellos, el
General Benjamín Herrera, estaba impedido con una pierna pasada por metralla. Era la agonía de la revolución. Pero el general Uribe Uribe, presente en ese campamento, después de hacer su testamento y dormir una siesta ahí mismo, pidió voluntarios para intentar pasar el puente y quebrar el asedio. Entre los pocos que adelantaron el paso estaba el sargento vallenato Saúl Zuleta. A las tres de la tarde de ese día, los diez voluntarios de repente corrieron hacia el puente y lo atravesaron entre un chaparrón de plomo que caía de la orilla opuesta. Ese arrojo avivó el ánimo del resto de la tropa liberal que en una explosión de entusiasmo cruzó también hasta lograr la desbandada de los sitiadores.
También afirma mi profesor en las páginas de su libro, que en el sitio de Magangué un destacamento gobiernista se hizo fuerte en una edificación apoyado por una flotilla de buques que desde el río Magdalena hacía un nutrido fuego de cañones. Como ese era un contratiempo que detenía el avance liberal, Saúl Zuleta, con las insignias de mayor, pecho en tierra reptó sin atender los perdigones que lo buscaban, hasta llegar a los portalones de ese cuartel enemigo y con explosivos hizo una llamarada que obligó a los gobiernistas a salir con las manos en alto. En el mismo lugar Saúl Zuleta fue ascendido a Teniente Coronel.
Se conserva en la tradición oral que en épocas de la Independencia hubo un reclutamiento de patriotas hacia los pueblos del Valle de Upar. Tal leva se hizo desde un lugar ribereño del río Magdalena que en la Colonia se llamaba Puerto Real, después Puerto Nacional y hoy Gamarra, y que de acá se llevaron a filas a muchos vallenatos para forjar un escuadrón de provincianos. Se dice que lo bautizaron con el nombre de Batallón Corre Corre porque cuando nuestros paisanos escuchaban un tiro, se desperdigaban como venados corriendo por los montes. De ahí que se dijera hasta años después, que los vallenatos solo éramos valentones con las parrillas de arepas, briosos en las colitas de acordeón y animosos con los rones blancos de alambique.
Aun dudo si hay razón en esa creencia, porque del Batallón Corre Corre nació el corajudo Batallón Rifles que mucha gloria le dio a las armas republicanas. Feliz Navidad amigo lector.