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Crónica Vaga

Cortísimo Metraje

Por Jarol Ferreira

“No pudiendo desear más de mí, ni ustedes ni ningún otro, tampoco se quejarán de que nos les de más”.
Maquiavelo.

Pasada la primera semana de enero la gente vuelve a sus ocupaciones, académicas o laborales, y solo unos pocos quedamos deambulando entre los callejones polvorientos del sur de La Guajira.

Me cepillé los dientes y salí por una Coca Cola, antes de ir a sacarme los malos pensamientos con basquetbol a un parque ubicado  en el extremo norte del pueblo. La cancha en la que normalmente jugaba estaba en plena construcción inconclusa, desde el año pasado. No es que estuviera mal, o mejor dicho si estaba mal: el aro era más pequeño de lo normal, la canasta más alta, los tableros estaban torcidos y las medidas reglamentarias en general eran desproporcionadas; sin embargo  la justificacion para demolerla y rehacerla fue producto del carrusel de las contrataciones  del anterior mandato departamental y no para fomentar el deporte o las patrañas que suelen decirse al cortar cintas en las inauguraciones de este tipo de escenarios públicos.

Caminé hasta el parque, abarrotado de gente: niños jugando con sus aguinaldos  chuecos, parejitas furtivas y  la proyección de una videoconferencia de Corpoguajira; que pretendía educar sobre el calentamiento global a un grupo de locos analfabetas desocupados que, al ver las Rimax vacías y la luz del proyector, decidieron sentarse a pasar un rato mientras les daba sueño. Un par de repiques de balón de basquet sobre el cemento y hasta de debajo de las piedras aparecen microfutbolistas antojados de echarse un picadito. Afortunadamente, su envidia no es proporcional a su condición física y, luego de unos minutos, se van. Terminamos de jugar a las nueve de la noche, me despedí del equipo y aproveché un chance en moto hasta mi casa. Todavía tenía el cuerpo caliente cuando  me duché con agua helada, cosa que entiendo no es buena si el chapuzón es prolongado pero funciona bien para un baño relámpago.

Recién cambiadito comí donde mis padres, lavaba caldero y cubiertos cuando entró la llamada de un amigo que me dijo que él y una prima estaban aburridísimos, y que me querían visitar. Llegaron a las diez treinta, trajeron cigarrillos y cerveza. Ponía música y hablábamos cuando tocó la puerta otro amigo, un músico; también aburrido y también trajo cerveza y cigarrillos. La noche transcurrió entre anécdotas e incoherencias discursivas que exorcisaron el aburrimiento en ellos y el malestar en mí. Estuvimos reunidos hasta cuando el hambre y el sueño nos hicieron despedir. Increíble como en un momento uno se siente mal y al ratico todo se hace maravilloso.
Al día siguiente me desperté a escribir, almorcé bastante y  nuevamente me  dormí. Siempre que mi siesta se prolonga me levanto preocupado por el tiempo invertido en hacer nada, aunque últimamente no es por eso que ando así sino porque pasada la primera semana de enero la gente vuelve a sus ocupaciones, académicas o laborales, y solo unos pocos quedamos deambulando entre los callejones polvorientos del sur de La Guajira.

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