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Crónica de una carta al Niño Dios

Por Jairo Mejía.

La Navidad es sin duda alguna la época en donde afloran sentimientos revestidos de nostalgia y melancolía. Los recuerdos retornan como naranjas flotantes que regresan disparadas desde el fondo del estanque quedando a la vista del órgano que no tiene ojos, ni oídos, ni piel, ni tacto, ni gusto, pero que en él convergen de manera irónica todos los sentidos, el corazón. La alegría está ahí, pero la tristeza se hace presente de forma más nítida, volviendo todas las nubes negras y atrayendo la lluvia que alguna vez fue lágrimas y convirtiéndose en llanto, para algunos hoy cubre el cielo de amargura.

Además, pareciera que todos se afanaran en culminar el año, exprimiendo los últimos días de prisa, ansiando el inicio de uno nuevo, con la esperanza que sea mejor que este en agonía. 

Muchos realizan un balance de sus actos, otros simplemente desean hacer un borrón y cuenta nueva, pero otros prefieren que vuelva a iniciar el mismo y que no ocurran muchas cosas de las que sucedieron. Como por ejemplo, el caso de Teresa, una madre como cualquier otra, quien afirma haber encontrado una carta al niño Dios de su hijo fallecido a mitad de año víctima de la violencia absurda que jamás buscó.

Ese día llegué al café más temprano que de costumbre y como si me estuviera esperando, aquella mujer, destacada con unas ojeras que reflejaban el insomnio de muchas noches, se sentó frente a mí extendiéndome su delgada mano, soy Teresa, ¿me permite unas palabras? dijo, y sin esperar respuesta y sin dejar de mirarme, inició su relato.

Al principio, confieso que su relato despertó mi curiosidad de escritor en la búsqueda de historias nuevas y diferentes, pero más nada, sin embargo, a medida que iba recitando de memoria la carta de la que me hablaba, mis gestos y facciones se fueron transformando e inmóvil la seguí escuchando hasta el final. Sus palabras tenían cierto peso que no eran necesarias repetirlas para que las aprendiera de memoria y en honor a su pedido de que su carta fuera publicada y conocida por todos, hoy lo hago como si cada palabra que la compone resonara aún en mis oídos. – Señor Jairo, empezó diciendo, quiero pedirle el favor para que publique una carta que encontré de mi hijo ya muerto, al niño Dios, por favor, le repito, escuche lo que dice:

“Querido niño Dios,

Hoy te hablo de tú a tú, como niños que somos,

Que engañarnos no podemos, ni callar lo que pensamos,

Y es por eso, que distante pienso en los recuerdos, en la lejanía de mis risas y en el eco de mi llanto,

En la lluvia de palabras, que silbando con el viento, oscurecen la alegría del que ayer fuera su canto,

Sabes bien a qué canto me refiero, al que siempre me ha arrullado, al que duerme en la tristeza porque ya no la he escuchado.

Querido niño Dios,

Quiero vivir un momento mientras estoy muerto,

Abrir mis ojos sin cerrarlos,

Y abrazarla en el etéreo ocaso del recuerdo,

Sonreírle en el silencio de mi casa,

Escapar de  la fragancia eterna del olvido,

Solo pido darle un beso en la distancia,

Volando sobre el cielo agradecido.

Querido niño Dios,

Deja que ella me abrace esta noche y caliente su frío corpiño con dulzura,

Que seque sus lágrimas que aún brotan como hilos de plata,

Que me sueñe en la distancia inexistente del amor que nadie mata.

Permite que sea hoy yo el que le cante, y se duerma con mi mano entrelazada,

Que el latido de mi pecho hoy ausente supla la ráfaga de ira vengativa e  inhumana.

Querido niño Dios,

Permíteme sentirla como tú sientes a la estrella más pequeña,

Permíteme abrazarla e inundar de luz la oscuridad que habita en su alma,

Por si no te has dado cuenta, ella aún la tiene procurando tener calma.

Querido niño Dios,

Quedo atento a la lectura y por supuesto a la respuesta de esta carta que es mi ruego,

No te afanes en su nombre y mucho menos en el mío, pues, para ti ya soy tu ángel y para ella soy su hijo.

Al terminar de escuchar la carta, sorbí el resto de café ya frío sin musitar palabra. Ella seguía mirándome, sabiendo que pensaba que estaba loca, sin embargo, sin conocerla le tomé la mano y le dije que la carta de su hijo ausente sería publicada, le desee feliz Navidad, que estúpido deseo, pensé, sin embargo, no sé por qué algo dentro de mí intuía que esa Navidad ella se encontraría con su hijo.

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